Últimamente ha saltado a la palestra la apreciación del juez del Olmo acerca de la palabra “zorra” en una denuncia sobre malos tratos. El susodicho magistrado hace hincapié en que esa palabra no tiene que ser necesariamente un insulto, y en base a este hecho, reduce la pena del encausado de un año a ocho días. Todo esto tiene lugar mientras en la televisión nos bombardean con anuncios para que la gente denuncie los malos tratos sufridos o presenciados.
Tiempo atrás surgió una campaña publicitaria más agresiva, una campaña de sensibilización frente a la violencia de género en la que se hacía hincapié en “sacar tarjeta roja al maltratador”. No podría estar más de acuerdo en que esa debería ser la actitud ciudadana ante tales actos y en parte considero que a pesar del grave incremento de este tipo de crímenes que viene sufriendo la sociedad española, esta misma sociedad responde frente a ellos con indignación y rabia. Actualmente, cualquiera que presencie un acto delictivo de este tipo, podrá denunciar al maltratador, lo cual favorece a las víctimas, que suelen vivir en un estado de temor, ansiedad o dependencia psicológica o económica con respecto a sus agresores. De esta manera se favorece que desde la individualidad se pueda atacar a esta lacra global, entonces ¿Cuál es el problema?
El problema surge después. De nada vale que yo “saque tarjeta roja al maltratador”, que lo denuncie, que intente detenerlo, si luego las sanciones impuestas al mismo son irrisorias. Hace escaso tiempo sucedió un caso muy cercano a mi, donde el exmarido armado hasta los dientes incluso con un instrumento de batalla medieval, atacó a su exmujer, emboscándola en un garaje, disfrazado y bien preparado. Solo la intervención de uno de los vecinos le permitió a ésta, salvar su vida. Detenido y llevado a juicio, la “tarjeta roja”, se convierte en “amarilla” por arte de magia, gracias a una sentencia que se excusa en que el hombre no utilizó toda su fuerza y todas las armas de las que disponía, ya que algunas permanecieron almacenadas en su vehículo. Entonces, ¿eran un adorno en el maletero de su coche? También revela que en ningún momento hizo expresión verbal de su deseo de matar, lo cual parece ser indicativo de un deseo de no hacerlo. Visto que este “buen hombre” que solo pretendía asustar a su exmujer, reventándole la cabeza, no hizo todo lo que debía para matarla, el juez le impone una sanción de cinco años de cárcel, que finalmente y previo pago de tres mil euros, quedan reducidos a poco más de tres. Tres años por intentar matar a tu expareja, a la calle y vuelta a empezar, entonces ¿Cuál es el problema?
El problema esta vez surge de que en este mundo de la información que vivimos, cualquiera puede leer como se sancionan estos hechos en decenas de medios de comunicación y una vez convenientemente informado del suceso, esta sentencia no anima a “sacar tarjeta roja al maltratador”, de hecho, el ciudadano común como yo o usted, puede pensar, ¿Para qué? Denuncio el maltrato, me involucro, voy a juicio, declaro y… en cuatro días me encuentro a ese mismo hombre cara a cara en mi calle, ¿Merece la pena? Sé que no ocurre en todos los casos juzgados, pero con que ocurra en uno ya basta, ya que llegará rápidamente a cualquiera con acceso a Internet o al quiosco de la esquina, y es esa persona la que puede presenciar el siguiente acto de maltrato y quedarse mirando sin actuar mientras piensa ¿Cuál es el problema?
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