Ya sé que lo
prometido es deuda y que un hombre es preso de sus promesas. Sé que ofrecí
abrir una nueva sección bloguera en la que narrar algunas de las peripecias
observadas durante mis años como investigador, así que allí vamos con el primer
capítulo de Ajare Nao, dos palabras cuyo significado desgranaré algún día, más
adelante. Hoy empezaré por mis primeros pasitos en el mundo de la ciencia de la
mano de mi hermano Pol, o Polancio por estos lares. Con su permiso os paso a
relatar la historia…
¡DÉJAME EL PIJAMA TÍO!
Pol y yo nos
embarcamos en la aventura de la ciencia a la vez. Abandonados a nuestra suerte
por el indeseado fracaso como estudiantes, nuestro panorama desalentador nos
obligó a buscar el turrón allende las fronteras en una historia que, ¿quién nos
iba a decir?, se repetiría casi diez años después. Así, Pol y yo nos lanzamos a
reconquistar las tierras holandesas, otrora perdidas en injusta batalla, y que
mejor sitio para empezar la reconquista que allí donde se fraguó la derrota del
ejercito español. En la hermosa Leiden aterrizamos sin saber nada de la vida,
recién destetados y por primera vez lejos del nido materno.
Sin embargo
Holanda es un país acogedor que nos brindó la más hermosa de sus sonrisas y nos
admitió sin preguntas. Al poco de nuestra llegada nos cobijamos en un pequeño
estudio de escasos veinte metros cuadrados con cocina y baño. Adyacente a una
caldera, las frías noches holandesas se nos hacían un sueño de la Pampa. De esa
manera, toda protección contra el frío nocturno era excesiva, así que me sorprendí
un día, cuando a las X de la mañana, mi compañero de cuarto me devolvió a la
consciencia con la exclamación que titula este relato.
Antes de entrar
en la noche veamos que aconteció durante el día. En el inicio de toda profesión
o hábito siempre existen dudas sobre nuestro buen quehacer y nuestro correcto
proceder, así que la vuelta sobre nuestros pasos, la repetición de gestos y la
revisión de procesos, se convierte en hábito hasta rallar lo patológico. Ese
fue el problema del amigo Pol. Tras realizar un experimento en el que la
participación del peligroso e inflamable CO2 era vital, Pol no fue
capaz de descartar la posibilidad de haber dejado abierta la llave de tan
dañino gas y durante la noche, imágenes en las que el edificio donde
trabajábamos saltaba por los aires envuelto en llamas acudieron a su mente y
Pol no pudo conciliar el sueño, tramando un complejo plan para reparar tal
catástrofe. Como todo héroe, Pol necesitaba un uniforme de batalla. Y ahí entra
mi pijama.