Al final lo han conseguido. Llevo semanas
tratando de ponerme ante el teclado por una buena razón. Hablar de buenas
películas (como Tomorrowland, con el
director de Los Increíbles a los
mandos), de grandes películas (dedicarle una entrada a Mad Max: Fury Road debiera ser obligatorio), o de brillantes
traslaciones del papel del comic a la pequeña pantalla (Daredevil, la serie del abogado ciego de la cocina del infierno ha
sido la mejor serie del año con diferencia).
Sin embargo me enfado, me crispo y me
retuerzo y, aunque llevaba tiempo sin hacerlo, toca meter mi regordeta nariz en
temas serios, muy serios. Tan serios que suenan a broma de mal gusto. Y si no
es así, ya me dirán ustedes. Porque creo que cada día está más claro que las
cúpulas organizativas, de ésta y otras muchas naciones, están plagadas de
humoristas de nivel. Los dirigentes políticos, sociales y hasta morales se han
quitado la careta de Immortan Joe y detrás ha aparecido el rostro de Joaquín Reyes. Lo que leo no tiene otra
explicación.
Porque creo que conceptos como democracia,
opinión y libre albedrío, son cosa del pasado para muchos de los que se auparon
a sus posiciones de poder vanagloriando esas mismas ideas que ahora pisan.
Pongamos unos ejemplos rápidos. Así al azar. Del diario de hoy. Ese que no
hablaba de mí ni de ti, ni de las manchas que deja el olvido a través del
colchón, pero que al mismo tiempo nos afecta a todos de una u otra manera.