lunes, 1 de agosto de 2011

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Matt recuperó la consciencia en un oscuro vagón del metro de Nueva York, mientras éste circulaba sobre uno de los pasos elevados en dirección a Long Island. Había sido un productivo día de cacería por la ciudad y su esfuerzo le había dado como fruto la obtención de una buena botella de ron. Al menos era buena para sus poco refinados cánones. La botella se encontraba en ese momento medio llena o medio vacía. Eso hizo sonreír a Matt. Mientras sujetaba el ron con la única mano que le quedaba, Matt miró al resto del vacío vagón. La oscuridad exterior y la soledad interior, indicaban que ya era noche avanzada. Se solía decir que no era seguro tomar el metro en Nueva York a determinadas horas, evidentemente para no dar con tipos como Matt. Había crecido en una ciudad de Carolina del Norte cuyo nombre apenas mencionaba. Al contrario que otros borrachos o vagabundos que se encontraba, su infancia no había sido mala del todo. Creció de modo normal y entró a formar parte de una banda de rock de la que era el batería. Según muchos, un gran batería. El mejor batería para Sally, su novia de siempre. Las cosas no podían ir mejor. Pero los tiempos pasaron, los días de vino y rosas se convirtieron en días de vino y en ocasiones ni eso. Hoy los Rolling Stones actuaban en Nueva York y a sus treinta y muchos años, Matt habría dado los pocos dientes sanos que tenía por haberlos visto. Los Stones, pensaba. Un concierto y podría morirme tranquilo. Algo por lo que mereciera la pena seguir caminando por esta ciudad devoradora de esperanzas e ilusiones. El metro se detuvo en la estación de Hunters Point y nadie entró en el vagón de Matt. Él, que siempre había estado rodeado de amigos y gente, sentía que nadie quería compartir ya su espacio. Y todo se torció un día. El día en que perdió la mano no fue el día en que su sueño de actuar frente a miles de personas se esfumó definitivamente. Ser manco no había impedido a Rick Allen ser el batería de Def Leppard. No, todo empezó con su padre, disparando a los pájaros que Matt tenía en la cabeza, asesinando sus sueños de gloria, “Búscate un trabajo digno” le dijo y al no encontrarlo, Matt decidió alistarse en el ejército para comprobar como un alumno aún más inepto le volaba la mano en unas prácticas de tiro con fuego real. Sin aspiraciones, enfrentado a un padre al que odiaba, sin ganas de nada, vagó por Estados Unidos hasta llegar al momento actual en el que una botella de ron podía consolarle durante un breve tiempo.
Matt se durmió y el tren avanzó. La sorpresa llegó en la parada de la calle 46. La puerta del vagón se abrió de par en par y la atravesó Charlie Watts, el batería de los Rolling Stones. Una oleada de lucidez sacudió a Matt que observó al pálido y delgado músico sentarse a una prudente distancia del apestoso borracho del vagón. Matt no daba crédito, no podía ser, pero era algo único, una oportunidad tan grande para él.
-¡Charlie, eh, Charlie!- gritó –Eres un Dios- y le mostró la botella mientras Charlie hacía un guiño de tímida complicidad.
-¡Charlie, eh, Charlie!, yo también soy batería, uno de los grandes- Matt se rió para sí mismo –Uno de los grandes- repitió en voz baja.
-¿Y dónde está tu música?- Le preguntó Charlie desde el otro lado del vagón.
Matt miró a Charlie y agachó la cabeza. Observó la botella de ron ya sin líquido.
-Se ha ido- respondió Matt y levantó la vista en dirección al asiento vacío que antes ocupaba su alucinación.
-Como tú-

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