Natalia no daba crédito cuando escuchó la voz de su hijo desde el salón. “Más arroz” volvió a escuchar, mientras que la abuela se acercaba a la cocina con el plato del niño.
-¡Qué hambre trae este crío!- comentó la octogenaria mientras le pasaba el plato a su nuera. Natalia sabía que el pequeño Mario era un apasionado del arroz. En gran medida, era un regalo de Dios, puesto que con el sueldo exiguo de su marido, era uno de los pocos platos que se podían permitir. La amenaza del desempleo y la pobreza pendía sobre la casa. El que el alquiler fuese de renta antigua aliviaba muchos problemas y destapaba otros, y es que para Natalia, convivir con su suegra, a la sazón, dueña del piso, no era ningún motivo de alegría. Sin embargo, bastaba mirar a los limpios ojos de Mario para que a Natalia se le iluminase la mañana, y verlo devorar arroz a mandíbula batiente le llenaba de energía, pese a que el hecho de que su hijo repitiese plato, la había dejado a ella sin comida.
La noche alcanzó a Mario y este se fue sorprendentemente pronto a dormir. Natalia, agotada, decidió esperar a que su marido llegase a casa de la obra. Besó a su hijo en la frente y le arropó, Mario estaba extrañamente silencioso, pero abrazó a su madre y con eso bastó. Cuando se apagaron las luces Mario sacó su pequeño secreto de uno de los bolsillos de su pijama, grueso para paliar el frío de una casa sin calefacción. Pero esa noche no hacía frío para Mario. Era una noche de ilusión. Había perdido un diente. Esta noche pondría el diente bajo la almohada y el ratoncito Pérez traería un regalo. Al día siguiente lo compartiría con toda su familia y todos se alegrarían mucho.
Mario estaba tan excitado que el sueño no le vencía. Escuchó a su padre llegar y tumbarse derrotado en la cama junto a su madre, les oyó hablar hasta quedarse dormidos. Llegaron a sus oídos los ronquidos de su abuela que se extendían por el pasillo llenando la casa, pero él no podía dormir. De pronto, sintió un pequeño movimiento sobre la cama y vio una pequeña sombra deslizarse furtiva a sus pies. Mario se mostró intrigado. La sombra se deslizó por el lado derecho de la cama hacia la cabecera de la misma, y allí sobre la almohada, en negro sobre blanco, Mario vio a un pequeño ratoncito. El animal, indudablemente el ratoncito Pérez que venía a traer su regalo a Mario, se incorporó sobre sus patitas de atrás y olfateo el aire. Mario acercó despacio su mano y tocó la cabeza del ratón. Éste retrocedió un poco pero inmediatamente avanzó hacia el divertido niño. Mario le puso la palma de la mano abierta y pese a las dudas, el ratón posó sus cuatro pequeñas patas en ella.
Mario pasó la noche jugando con aquella diminuta bola de pelo negra que corría sin parar sobre la cama, con sus pequeñas patitas moviéndose a una velocidad sorprendente. Se metió entre las sábanas, saltó sobre la almohada, se paseó sobre Mario al que llenó de cosquillas. El niño intentaba no reír para no despertar a sus padres y así corrieron las horas hasta que Pérez se fue dejando su regalo por toda la cama.
Al día siguiente Natalia llamó a la familia a desayunar. Mario no salía de su cuarto así que Natalia fue a buscarlo y lo encontró sentado en la cama con la cara triste.
-¿Qué te pasa cariño?- preguntó ella temiendo que su hijo estuviese enfermo. Mario abochornado, bajó la mirada.
-Hoy ha venido el ratoncito Pérez- Natalia se mostró sorprendida y extrañada. No sabía de que hablaba su hijo –Quería compartir el regalo que me ha dado con vosotros pero no he podido- siguió el pequeño.
-No te preocupes- dijo una descolocada Natalia, -no pasa nada-. Al oír esto, Mario pareció alegrar su mirada -¿Y qué te ha traído el ratoncito Pérez?-.
Mario comenzó a hablar y su madre se quedó sorprendida –Arroz, mamá, un riquísimo arroz negro- Natalia no entendía nada –Me lo dejó por toda la cama, en las sábanas, en la almohada, pero tenía tanta hambre mamá, que me lo he comido todo y no os he dejado nada, aunque lo he pasado muy bien jugando con él toda la noche, y lo mejor mamá es que no se ha llevado el diente, quizá esta noche vuelva otra vez-
Mario mostró el diente caído y sonrió. Natalia reprimió una arcada al ver los dientes de su hijo todavía negros de las heces de ratón.
Hola, hoy mismo he visto el comentario que me dejaste en mi blog (no lo he visto antes por falta de internet en el veraneo) y tu blog tambien tiene cosas interesantes. A partir de ahora, en m lista de enlaces.
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