miércoles, 17 de agosto de 2011

EL ATENTADO

Óscar no daba crédito a lo que le había pasado. ¿Cómo le habían robado ayer el coche? Tuvo que ser en el momento en el que dejó el equipaje en el maletero y subió al piso a comprobar si todo estaba limpio. Dos minutos, nada más, dos minutos y había desaparecido. Mientras paseaba por casa pensando que hacer, tuvo el acto reflejo de encender el televisor. La pantalla chisporroteo y ofreció las imágenes del telediario. La mente ausente de Óscar no escuchó a la presentadora dar paso al enviado especial a la zona del suceso. En la pantalla, tras el joven periodista, se sucedían imágenes de confusión y aglomeración. A lo lejos, las luces azules de los coches patrulla saturaban la imagen. La clara voz del periodista comenzó a narrar los sucesos acaecidos hasta esos instantes. Las palabras “ancianos”, “evacuación”, “artificieros”, cruzaron la sala para no ser oídas, hasta que en la oración apareció “coche robado”. Óscar dio media vuelta en la sala y prestó atención. No podía ser, cómo iba a ser posible, no se lo podía creer, y entonces la imagen en directo le mostró lo imposible y lo increíble. Allí estaba su vehículo, en el centro de la pantalla, rodeado de polvo e iluminado por las luces de los coches de policía. Pronto todo cobró sentido al unir imágenes y narración. Un automóvil (el de Óscar precisamente) había sido robado por una banda terrorista, le habían acoplado un potente explosivo y posteriormente lo dejaron abandonado en la calle tras el oportuno aviso a la policía. Los artificieros se encontraban en ese momento sopesando las posibilidades y Óscar percibió una imagen de tensión en el presentador, que no se correspondía con lo que sucedía a las espaldas de éste. Tras él, la gente se agrupaba en torno al cordón policial esperando un espectáculo de fuego y sonido. Los artificieros, habitualmente detonaban la bomba de forma más o menos controlada y lo que se intentaba era minimizar las víctimas y los daños colaterales.
Óscar esgrimió una sonrisa ladeada bajo su bigote. Su coche iba a estallar. Una solución rápida y fácil a muchos problemas. La diosa fortuna había lanzado su moneda y la cruz se había tornado en cara. La suerte sonreía a Óscar que poco a poco se acercaba a la pantalla.
Un hombre, o una mujer, era difícil saberlo al ocultarse los cuerpos dentro del traje de seguridad de los arriesgados policías que se encargaban de enfrentarse a esos percances, se acercó al coche con algo que parecía un espejo, lo revisó de arriba abajo mientras a Óscar, gotas de sudor le perlaban la frente. El chico o la chica hizo un gesto de negación con la mano y procedió a alejarse. El periodista, completamente perdido, no sabía que estaba sucediendo y la multitud jaleaba como si de un espectáculo circense se tratara. El artificiero se alejó. Mientras el narrador trataba de expresar verbalmente lo que ocurría, en el lado derecho de la pantalla, apareció un robot como salido de una película, desplazándose sobre unas ruedas como las de un tanque en miniatura. El robot se acercó al coche y el sonido del acero y engranajes combándose llenó la pantalla. El aparato articulado, prácticamente se metió por completo bajo el coche. Óscar no entendía nada y sus ojos bailaban de un lado al otro de la pantalla hasta que el presentador volvió a repetir la palabra “anciano”, más exactamente, hizo referencia al número de ancianos evacuados y a la proximidad de la detonación. Todo se conectó. Los artificieros debían desactivar la bomba y no detonarla, puesto que el asilo de al lado no podía ser desalojado a tiempo. Óscar no entendía nada, ¿por qué vitorea la gente?  ¿Por qué no salen esos viejecitos? En la pantalla el coche pareció agitarse impulsado por el robot artificiero, de pronto, el aparato salió con algo en las ¿Manos? ¿Pinzas? En lo que  fuese. Uno de los artificieros se acercó corriendo y miró lo que el héroe metálico llevaba. Con el pulgar derecho hizo el gesto internacional del OK a sus compañeros. El público, aún privado de su espectáculo, jaleaba y aplaudía, mientras Óscar sudaba y no daba crédito. El narrador con una sonrisa de alivio comentaba como la policía informaba de que ya no existía peligro, pero que el coche sería revisado a fondo. Óscar trago saliva. La emisión iba a cortarse cuando uno de los artificieros, debidamente vestido procedió a forzar el maletero. Lo último que vio Óscar en su televisor era como el policía daba dos pasos hacia atrás y se trastabillaba horrorizado mientras un compañero vestido de uniforme se acercaba y echaba las manos a la cabeza. Que mala suerte, pensó Óscar y miró el retrato de su mujer y sus dos hijos desaparecidos.

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