Cuando uno ronda ya una edad en la que el
pelo se torna escaso y mal repartido, las arrugas ya no son líneas de expresión
y el reflejo en el espejo te muestra una imagen distorsionada del otrora atleta
que fuiste, es cuando se valoran cosas que antes no valorabas y cuando te das
cuenta que existe un amplio salto del niño que fuiste al adulto que eres.
La memoria selectiva ayuda y de alguna manera
el subconsciente traicionero tiende a tomar apego a lo malo. Recuerdas con
viveza el castigo y el palo, el error como método de aprendizaje. Eres
consciente más de tus defectos que de tus escasas virtudes y echando la vista
atrás los errores brillan más que los aciertos.
Y es una pena.
Como entrenador del club campeón de la liga de
fútbol del distrito de Kenmore-Tonawanda para menores de seis años, el tratar
de educar a estos chicos en el amor al balompié ha sido una muy grata
experiencia. En un principio me lo tomé como un entretenimiento y como un
aprendizaje del idioma al nivel que solo un niño puede enseñarte. Los cambios
de conversación, la imaginación, la desbordante verborrea de los niños ayuda a
que tu cerebro comience a comprender mejor el idioma al que has de adaptarte.
Además no les duele corregirte y lo hacen con extrema dureza. De esta manera,
mientras yo me aplicaba en enseñarles a pasarse el balón, ellos se empeñaban en
seguir siendo lo que deben ser.
Unos niños cabroncetes.
Pero son niños al fin y al cabo y como
mencioné previamente, entre todas las gamberradas y barbaridades que ocuparán
su memoria en años venideros no habrá espacio para la bondad, aprendida o
innata, de un niño.
Todo este rollo viene a colación por la frase
que, sin que sirva de precedente, le entendí a la primera a uno de mis chicos.
Reconozco que me cae especialmente bien. Hiperactivo, con una imaginación
desbordante. Cara de pillo y orejas de soplillo. Fan de los Transformers, de
Batman, de las Tortugas Ninja. El benjamín del equipo. Un niño que me dijo que
gracias a sus nuevas botas de fútbol podía correr a hipervelocidad pero que le
costaba parar. Un crack como niño que me dio una lección como persona.
Estábamos ganando un partido con bastante tranquilidad y él
estaba en el banquillo cuando me llamó para contarme una historia personal. Llevaba
varios días encontrando dinero. Un dólar al día. Supongo que sus papás
colaboraban de alguna manera en este súbito aumento de la renta per cápita de
Buffalo. Me dijo que ya tenía tres dólares en la hucha y yo, agarrado y amante
de contar monedas como el Tío Gilito me imagine al niño abrazado a un cerdito
de porcelana, feliz por el incremento de su poder adquisitivo. Así que le dije
lo obvio.
“Ahora te podrás comprar juguetes”
Y él me respondió lo más lógico para su
preclara mente.
“Lo estoy guardando para los niños que no
tienen nada”
Los segundos de silencio que siguieron a su
respuesta me sirvieron para almacenar tamaña lección de humildad y bondad en el
rincón de la memoria donde tengo escondidas las cosas importantes de la vida.
Justo en medio de “Espera dos horas después de comer antes de bañarte” y “Cuando
seas calvo del todo no intentes la misma treta que José Oneto”.
Justo en este momento de la vida en el que
los más pobres son más pobres y el resto miramos al vacío con la esperanza de
no caer en él, viene un niño de la capital del capitalismo y me pasa por los
morros una lección vital. Decía mi compañero Qiuyin (al que critiqué sin base y
que me demostró ser una excelente persona) con esa sapiencia y esa filosofía
que solo viene de oriente, que la vida es aprender y que cualquiera te enseñará
algo porque siempre hay alguien por encima de ti en algún campo.
Qué razón tenía.
Lo de Oneto me ha llegado. :-D
ResponderEliminarBien sabes de que hablo. La calvicie llega paso a paso.
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