Existen momentos en la vida en
los que te detienes a pensar aquello tan manido del “De dónde vengo y a dónde voy” “¿Cuál
es el sentido de esta vida azarosa que nos toca vivir?” y demás mandangas
pseudofilosóficas. Hoy he tenido uno de esos momentos, pero como es natural en
una persona cuyo cerebro tiene el tamaño de un pistacho, mis meditaciones
fueron dirigidas a algo más liviano.
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"Hablemos del mineralismo, cojones ya" |
Para ponernos en situación. Tras
acompañar a mi esposa al aeropuerto de Buffalo, yo tomé el autobús de vuelta y
me hallé en la situación de efectuar transbordo en uno de los
barrios más conflictivos de la zona. En medio del Summer in the city que cantaría Joe
Cocker, descendí de mi primer transporte y avancé hacia la parada del
siguiente en la cual debería estar diez largos minutos. Os diré una cosa. Diez minutos dan para
hacerse mucha caca. Cada vez que el semáforo que estaba a mi vera se ponía en
rojo, un vehículo de colosales dimensiones y con cuatro ocupantes de raza
negra, afroamericanos, gente de color o como queráis llamar, se paraba a mi
lado. Ni que decir tiene que aquellos muchachotes con el físico de un jugador
de los Denver Broncos y la higiene dental de 50 Cents, encontraron fuera de lugar la presencia de un muchacho
blanquito ataviado con una camiseta rosa salmonete de Los Vengadores. Los cuatro me miraron con una de esas miradas
mezcla de desprecio y admiración por mi colosal estupidez. La sensación que
tuve es que cada vez que sobre mi cabeza, el verde daba paso al rojo, el mismo coche
se detenía ante mí. Personas de igual estilo e indumentaria en vehículos de
igual tamaño, me lanzaban miradas de estupor y me repasaban de arriba abajo.
Llegado el momento, solo pude hacer una cosa y fue musitar por lo bajini, que
es el idioma de los valientes de corazón, “Por Dios, que llegue el autobús ya, por Dios que llegue el autobús ya”
y así sucesivamente cual mantra. Otra persona más inteligente habría optado por
cambiarse de lugar, pensar en la inmediata adquisición de un vehículo a motor o
simplemente se habría sentado a llorar en una esquina. Pero yo no. La llegada
de un tercer vehículo con iguales ocupantes me sacó de mi estupor por la
sencilla razón de ser de color verde y entonces, esa sinapsis que a veces prende
la mecha de mis pensamientos más elevados se alzó entre el peligro de la
situación y levantó un muro en mi defensa con un simple pensamiento: “Verde. Hay que ver cuántos personajes de
color verde hay en Marvel. Qué cosas”. Y tras la llegada de mi rescatador
autobús, decidí escribir este post, cuya introducción nada tiene que ver con
sus conclusiones finales.