jueves, 15 de diciembre de 2011

AMOR INCONDICIONAL A LOS COMICS


 
En una entrada anterior traté de dar respuesta a una de esas preguntas que llevan atormentando al ser humano desde hace tiempo ¿Qué es el fútbol? Ahora, y gracias a haberme pasado por un blog excepcionalmente completo acerca del mundo del comic llamado Un tebeo con otro nombre, he visto las razones de su creador para ser un amante del arte de la viñeta. Como he comentado con anterioridad, soy un amante del talento pero ando escaso del mismo, así que he decidido plagiar esta magistral entrada en la cual se enumeran cien motivos por las que un día te levantas y descubres que no puedes vivir sin leer el último comic de Hulk, Mortadelo o Batman. Soy un gran amante de las listas y las tablas generadas con Excel me provocan un gran placer, pero a la vez reconozco que sería incapaz de dar cien motivos para nada. En lugar de eso voy a tratar de abrir mi corazón e intentar transmitir la razón de mi adicción por este medio escrito.

Desde muy pequeño en mi casa había tebeos por doquier. Mi padre tenía a bien adquirir las historietas de Mortadelo y algún que otro comic de índole superheróica o fantástica. Así, recuerdo leer historias del Pulgarcito de Jan, Anacleto de Vázquez o Sir Tim O’Theo de Raf en mi hogar familiar y al mismo tiempo poder enfrentarme a las aventuras de Zarpa de Acero o Mandrake el Mago en la casa de mis abuelos. De esta manera en mi más tierna infancia, una de mis fuentes de ocio era leer y hojear los mismos tebeos una y otra vez, permitiéndome a una corta edad, alcanzar una capacidad de lectura bastante aceptable. Es por ello que si tuviese que dar la primera razón de mi amor incondicional por los comics, ésta sería que gracias a ellos aprendí a leer y a comprender, y siendo ésta una de las facetas fundamentales para desarrollarse en la vida, está claro que los tebeos han sido, no solo el inicio de mi aprendizaje y mi cultura, sino una fuente inagotable de conocimientos.

Con el tiempo me hice con una estantería en la que incluir todo el material de lectura que mis padres me iban comprando. Lo bueno de esa etapa fue la nula oposición a leer cualquier cosa que cayese en mis manos. Me doy cuenta de mis actuales paseos entre las estanterías de las tiendas de comic madrileñas y cómo hojeo y manoseo las historias allí expuestas para desecharlas a continuación. En mi infancia eso no pasaba y por ello crecí entre las aventuras de Patomás, los golpes recibidos por Sacarino y los problemas que asolaban a Spider-man durante una cruenta batalla con el Rino. Todos estos personajes convivían en mi habitación y saltaban cada día a mis retinas de manera que se han quedado sobre impresionados en mi mente, siendo capaz, a día de hoy, de contaros con todo lujo de detalles como el pato Donald y sus sobrinos perseguían por todo el mundo la herencia de un millonario desaparecido o como Mortadelo y Filemón solucionaban el caso del calcetín.

Está claro que un niño que soñaba con diseñar coches o ser veterinario, puede dejar atrás, al igual que estas ilusiones, muchas de sus aficiones, pero los comics me acompañaron día tras día, de manera que para mí se ha convertido en placer (mi mujer y mi madre son y han sido conscientes de ello) comerme unas pipas sentado en la cama con un comic en mis manos. No es solo un ocio ni una afición, es una adicción, una forma de evadirse, de fantasear, de desarrollarme, de disfrutar con aventuras y personajes tan cercanos para mí, que son casi como de la familia, y como en toda familia quiero más al Tío Gilito que a las Hermanas Gilda, pero sé que siempre estarán ahí si las necesito. Sé que en determinado momento puedo contar con que Tony Stark comparta una copa conmigo mientras Steve Rogers sale a salvar el mundo y Reed Richards discute con su mujer. Me acerco a la estantería armado con un bocadillo de nocilla y media hora para disfrutar de como el Superintendente Vicente se desespera con la ineptitud de sus agentes en el momento en que Súper López busca la caja de Pandora y Harvey Dent lanza su moneda al aire.

Todo ello cuesta mucho dinero, tiempo y espacio y una mudanza inminente se aproxima en un futuro inmediato, obligándome a encerrar a algunos de mis mejores compañeros en cajas de cartón hasta nuevo aviso. Se hará duro, será cuesta arriba, pero pronto la caja se abrirá y Mary Jane Watson saldrá de ella y me dará la razón diciendo “Te ha tocado la lotería, tigre”. En ese momento todo volverá a ser perfecto.
Es por ello que apenas puedo dar una o cien razones. No existe una lista que pueda describir algo que forma tan parte de mí como mi hígado o mis riñones. Simplemente está ahí y sin ello no puedo vivir, al menos, no felizmente.

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