No podría aceptar autocalificarme como una
persona malévola o desconfiada. Soy reservado y habitualmente tiendo a
escuchar, pensar y opinar. No siempre, no se vayan a pensar. La mayoría de los
que entran aquí me conocen y muchos de ellos seguro que se ríen al leer las
primeras líneas, pero es parte del engaño parecer un personaje brusco y mal
encarado cuando en realidad soy una calculador maquiavélico.
Es por ello que, a raíz de las
manifestaciones del 22 de mayo me asaltan dudas al observar imágenes de la actuación
policial frente a los descerebrados que cargan de sinrazón las razonables
quejas de muchos habitantes de la piel de toro. Es habitual y ha sido imagen
recurrente tras huelgas, manifestaciones o movilizaciones, ver conflictos o
peleas entre (pseudo)manifestantes (delincuentes en su mayoría, por decirlo
suavemente) y policías. Sin embargo el patrón de estas imágenes ha cambiado de
forma patente.
Hace tiempo vimos a policías entrar con el
tolete suelto y rápido por los vomitorios de la estación de Atocha. Observamos
golpes a peatones, menores, gente ajena a lo que sucedía, intimidación a
ciudadanos que pasaban por allí. Situaciones desagradables que alejaban a los
ciudadanos que visten de uniforme de los otros ciudadanos “desuniformados” a la
par de desprotegidos. Sin embargo las imágenes del 22M son diametralmente diferentes.
Y me choca. Nunca creí que iba a sentir
lástima por un antidisturbios. Las grabaciones en las que uno de ellos cae
mientras un solo compañero le protege y una turba de indeseables acude a
continuar golpeando al derribado me parecieron terribles. Esos momentos en los
que un grupo de seis policías se enfrenta a un número incontable de agresores
me resultaron llamativas y, durante unos días paladeé la información, la
mastiqué y la analicé con mis limitadas habilidades para razonar.
Y no lo entiendo. Una de mis primeras
impresiones es que allí fallaba algo. Aquello no era lo habitual. Con cientos
de miles de personas por Madrid, con la certeza que allí algo iba a pasar por
el mero hecho que la multitud es el lugar perfecto para que los indeseables den
rienda suelta a sus oscuras pasiones, con tan evidentes razones para suponer
que la película de batalla campal en el centro de Madrid se iba a repetir,
enviar a tan pocos efectivos suena a suicidio, pero a suicidio de otros.
Porque que los gerifaltes se oculten tras el
escritorio mientras mandan a escasos agentes a la pelea no tiene sentido lógico.
El presentar un menor número de efectivos no implica evitar que las escenas
dantescas y patéticas de ataques a viandantes que se observaron previamente, se
vuelvan a repetir. Lo que han conseguido es convertir a funcionarios públicos
en carne de cañón y dar una imagen de inseguridad, de creciente
desestabilización, de riesgo de fractura social que, en mi opinión no es
cierta.
Porque los exaltados son los que son y se
mantienen en número o crecen de forma escasa. No han aumentado exponencialmente
de ayer a hoy y sin embargo, a tenor de las imágenes, parecen muchos, más duros
y más peligrosos. A lo mejor es que hay que controlarnos más, apretarnos más.
Con la policía que hay no es suficiente. Quizá haga falta más gente, más leyes,
más férrea disciplina para no volver a ver a agentes públicos caer como árboles
cortados tras una pedrada. Quizá los malos seamos los ciudadanos (todos, no
solo cuatro energúmenos) y haya que poner coto a tanto desmán. Quizá nos la quieren
colar y han echado a las fuerzas públicas a los pies de los caballos para
conseguirlo.
Quizá. No lo sé. Pero me lo parece, y me
consta que no soy el único. Tras años de mentiras y engaños, subidas de
impuestos que no suben, bajadas de sueldos que no son, incremento del nivel de
vida para otros y demás mandangas, solo me queda la opción de pensar que, en
lugar de instruir a la policía para que se centre en combatir a los indeseables
que convierten una protesta lícita en una vergüenza ilícita y dejen a los
ciudadanos que expresen su opinión, han preferido usar a esos mismos policías
de saco de los golpes para que, a ojos del espectador, todos convengamos que la
ley de seguridad ciudadana es más necesaria que nunca. O lo que es lo mismo,
usar el arte malabar de manipular a unos ciudadanos utilizando a otros sin que
ninguno se beneficie. Un juego perverso pero clásico de dinastías totalitarias
y tiempos pretéritos.
No quiero pensar que haya sido así, que haya
sido esa la intención, pero es que ya no me creo nada.
¿Planteas que dada la mala imagen social de la policía con otras manifestaciones, desahucios, etc; pueda haber una cabeza pensante detrás de todo que haya utilizado esos agentes como cabeza de turco para impactar a la sociedad de que son justificadas anteriores (y futuras) actuaciones de esas fuerzas del estado? Puede ser una reflexión aventurada pero a mí me has abierto la mente porque tampoco es una teoría tan descabellada y más actualmente, que el PP está vendiendo la moto con una ley de seguridad que pronto nos llegará a prohibir el ir al bar con unos amigos porque puede que estemos conspirando contra el poder. La verdad es que da para pensar... Un saludo!
ResponderEliminarMe chocó todo lo del 22M. La poca presencia policial, la reacción de CIfuentes, que hasta parece una persona benévola y correcta cuando ha demostrado en varias ocasiones no ser una amante de la libertad de manifestacion. Me ha parecido que alguien, no sé quién, ha decidido hacer un lavado de cara a los que, hasta ahora, estaban en el lado perverso de las protestas. Antes los policías repartían madera a troche y moche y los políticos ninguneaban las lícitas expresiones públicas y ahora todo es buenismo y llevar palos. No sé, me extraña pasar del día a la noche ¿justo ahora? ¿justo antes que el constitucional declare anticonstitucional la ley de seguridad ciudadana? debe ser que veo demasiado House of cards y me creo que nos manipulan de una forma cruel y constante.
EliminarVeo tu hipótesis más que plausible, Adolfo. De hecho, creo que es la única explicación coherente y con sentido. Qué pelmas todos los putos canales dándonos las mismas imágenes y en cambio ninguna de las hostias que seguro dieron los uniformados a algunos que nada tenían que ver con los disturbios. Recordemos que los encapuchados eran una minoría pero que muy minoritaria con respecto al grueso de la manifestación, formada por gente que tenía la desfachatez de pedir una vivienda, comida y trabajo. Fíjate, justo lo que dice la tan cacareada (cuando les conviene a los encorbatados) constitución.
Eliminar¿Qué tal Iker? Muy buen comentario sobre la "carta magna". Oye, que unos días hay que seguirla al pie de la letra y otros no vale ni para hacer confeti. Así funciona la doble moral de muchos de los que mandan.
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