Es cierta esa premisa filosófica que dice que
la belleza se encuentra en el ojo del espectador. De esa manera, sobre gustos
no hay nada escrito y este libre albedrío permite al común de los mortales
admirarse y deleitarse en escenas que van de lo prosaico a lo glorioso. Si
alguien puede cubrir tan amplio espectro, sin duda ese es el Tito.
El Tito es de esos que comprende que lo
ufano y lo mundano se juntan y se dan la mano escondiendo fealdad e
imperfección bajo el prisma de una belleza inherente a todo cuanto nos rodea.
Admirador de las formas y los fondos, de la gracia y la majestuosidad del
universo infinitesimal que nos rodea y absoluto paladar degustador de la
hermosura con la que Dios dotó al mundo, el Tito era un verdadero devorador de
belleza.
Sin duda un incomprendido.
Uno de esos años, los muchachos de la Facultad de Medicina, decidieron que, hartos de estudiar, merecían unas bien pagadas vacaciones en un destino paradisiaco. Adelantándose a la crisis venidera años después, se propusieron sufragar su viaje con ingresos propios y recurrieron a uno de los trucos más viejos del mundo. Vendieron su cuerpo al mejor postor.
De aquella manera, diversos estudiantes de la Facultad mostraron su cuerpo desnudo en un calendario. Sin discriminar en virtud de raza, credo, color, condición física o vello corporal, por los diferentes meses pasaban cuerpos de toda forma y estado. Hombres y mujeres, jóvenes todos ellos, posaban ligeros de equipaje entre la algarabía de una idea por aquella era novedosa y que a buen seguro reportó dinero a sus arcas.
Uno de esos años, los muchachos de la Facultad de Medicina, decidieron que, hartos de estudiar, merecían unas bien pagadas vacaciones en un destino paradisiaco. Adelantándose a la crisis venidera años después, se propusieron sufragar su viaje con ingresos propios y recurrieron a uno de los trucos más viejos del mundo. Vendieron su cuerpo al mejor postor.
De aquella manera, diversos estudiantes de la Facultad mostraron su cuerpo desnudo en un calendario. Sin discriminar en virtud de raza, credo, color, condición física o vello corporal, por los diferentes meses pasaban cuerpos de toda forma y estado. Hombres y mujeres, jóvenes todos ellos, posaban ligeros de equipaje entre la algarabía de una idea por aquella era novedosa y que a buen seguro reportó dinero a sus arcas.
Llegada la hora de distribuir el producto, mi
compañero Jandro y yo aportamos
dinero a su financiación y colgamos el calendario en nuestro laboratorio. Bien
sabe Dios que el calendario podría haber caído en los pozos del gusto dudoso y
haberse asemejado a aquellos gloriosos portafotos que llevaban como epitafio “Talleres Hermindo”, sobreimpresionado
sobre una mujer que, o bien era Samantha
Fox o se le parecía. Los futuros médicos posaban como mejor podían y las
fotos, realizadas en un sentido blanco y negro, rezumaban buen gusto y un
cierto estilo.
Pero allí llego el Tito para ver donde los
demás no llegan. Su ojo de lince nos señaló el camino. Nosotros, que sin ser
unos lumbreras no éramos tontos, ya sabíamos que colgar aquel calendario era
como poner kilo y medio de panceta en el camino del Gordo Joe. De entre la inmensidad de metros cuadrados del laboratorio,
el infalible olfato de tiburón del Tito
pronto daría con su presa.
Y allí llego. Andar decidido y sonrisa ladeada.
Su alma de tahúr jugaba con ventaja puesto que era profesor de muchos de los
chicos y chicas que habían participado en la elaboración del almanaque. Eso,
unido al hecho de que le habían intentado vender el mismo producto
encontrándose la negativa de tan puritano y caballero varón, le hizo suponer
que, tal vez, nosotros tuviésemos el calendario.
Tras una serie de improperios aludiendo a
nuestra baja catadura moral por hacernos con aquel producto sucio y pecaminoso,
el Tito se teleportó hacia la pared
donde estaba colgado y comenzó a hacer repaso y a regalarnos los
audiocomentarios por los que no habíamos pagado.
-“Mira
este cerdo. Podía haberse depilado”-
-“Esta
tía está gorda, para qué sale”-
-“A
esta chavala le di clase yo”- (La frase no es mala a no ser que te muerdas
el labio inferior al mismo tiempo, lo que dota al interfecto de una expresión
extrañamente aberrante).
Y muchas más. Sin embargo la mayoría se han
perdido en el olvido dado el catártico momento final. Requerido que el calendario
volviese a su posición y habiéndose abstraído el Tito de manera salvaje de todo cuanto era su entorno y
focalizando su atención en las imágenes que nublaban su mente, nuestro héroe no
se dio cuenta que estaba acompañado por dos chicos que seguían con distraída
atención toda la sabiduría que emanaba de sus labios. Vayamos al momento final.
En la portada del calendario, una chica
posaba desnuda sujetando una calavera. Solo mostraba su torso desde el pecho
hasta la zona púbica cubriéndose con el cráneo utilizado en diversas prácticas
de los alumnos de medicina. El Tito
no se había percibido de ese detalle, de esa portada de sus entretelas por
cuanto el susodicho calendario se encontraba de inicio en el mes indicado en
aquel momento. Al verlo, un “clic” saltó en su cerebro, una conexión se fue sin
tan siquiera despedirse para no volver nunca. Un mantra, una repetición, un
rumor, un rumiar que nos sacó de nuestra denodada rutina. Empezó como un sonido
por lo bajo. Jandro levantó la cabeza
ante lo que parecía el aletear de un ave el día que aprende a volar. Un sonido
lejano, un murmullo en el mar. Pero el sonido se hizo claro y el eco de la
repetición lo ancló en nuestro cerebro para no dejarlo salir jamás. Sencillas
palabras pero un mensaje que es pura poesía.
“¡Ay!, qué rica
eres, pero qué rica estás ¡Ay!, qué rica eres, pero qué rica estás ¡Ay!, qué
rica eres, pero qué rica estás ¡Ay!, qué rica eres, pero qué rica estás ¡Ay!,
qué rica eres, pero qué rica estás ¡Ay!, qué rica eres, pero qué rica estás ¡Ay!,
qué rica eres, pero qué rica estás ¡Ay!, qué rica eres, pero qué rica estás”
Ambos becarios nos miramos sorprendidos e
indefensos ante el aluvión de baba y sudor ardoroso que emanaba del Tito cual vapor. Nunca nos esperamos el
desatino final, la conclusión, el último párrafo, el último dislate.
“Y
encima toda rasurada”
Os prometí porno en el Ajare anterior. Al
igual que la belleza, el porno está en el ojo del espectador y para el Tito todo es porno. Una flor, una
mirada, una sonrisa o un bocadillo de panceta. TODO.
Para la próxima entrega tenemos dos artistas
invitados de lujo, Yo y Gene Hackman (el burro delante).
Porque sera que siempre que leo algun fragmento del Tito, en mi cabeza, en vez de la voz del Tito, suena la voz de Jandro imitandolo??
ResponderEliminarQuizá sea porque nadie sabe como suena la voz de Dios.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¿Síndrome de Estocolmo? El caso es que, tú que lo viviste, te darás cuenta de que con palabras ni me acerco a explicar la complejidad del Tito. Para la próxima voy a poner dibujos.
EliminarNo por Dios, dibujos no que te llevas a dos o tres por delante....
EliminarJajaja
EliminarEstáis como cabras los dos, que lo sepáis. Me parto el ohio con los relatos de ajarenao, recordando los días de la facultad y el olor a pedo de ciertas estancias universitarias. Hablando de facultad: salió la Feromónica el otro día en La Nueva España. Sigue estando bastante fina.
ResponderEliminarUff!, el Félix apareció, ahora sí que la jodimos ;). Perdona...has dicho la Feromónica????. Datos, quiero datos!!!!!!.
ResponderEliminarLo digo, lo digo. Está en un equipo que ha recibido una ayuda en el estudio con celíacos, o algo así. Salió en La Nueva España, y está buenórrima. Siempre me puso la verga verraca, para qué os voy a mentir... pero verla con pijama clínico despertó en mí instintos muy primarios. Casi me babo.
ResponderEliminarLa frase "verga verraca" me va a traer muchas visitas desde el buscador de Google. Muchas gracias. A ver si te llamo la semana que viene y nos vemos por Avilés para rajar de Jandro.
EliminarEso, eso, tú vente pa'cá y lo ponemos verde. De poco más podremos hablar, porque llevo tiempo desconectado del mundo frikil y he decidido no ir más al cine después de ver "Drive" y "Mátalos suavemente". Además, estoy dando clases particulares por las tardes a niñas díscolas... a ver cuándo podemos arreglar un cafetín/birra.
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