Los medios de comunicación se hacían eco de la noticia con ligereza y dándole la misma importancia que a una broma. Los videos recorrían la red de redes y formaban parte de la moda del momento. Las cámaras de seguridad de varias ciudades captaban momentos extraños y poco confortantes y las imágenes daban la vuelta al mundo en minutos. En la primera de ellas, un hombre de avanzada edad, vestido de traje intentaba subir unas escaleras mecánicas que avanzaban en sentido contrario. Lo que llamaba la atención de este video era la expresión de su protagonista, con la boca muy abierta hasta el punto de casi desgarrarse. Los ojos por su parte, parecían rodeados de una extraña sombra negra. En el video del centro comercial, el caminante, tras fracasar en su intento de vencer a la acción de las escaleras mecánicas, caía de rodillas en medio de lo que parecía un aullido de dolor e incomprensión, mientras que descendía en la dirección opuesta a la que él deseaba. Lo sorprendente es que el edificio donde se desempeñaba la acción estaba cerrado y no debería haber nadie. El siguiente video mostraba a una mujer saliendo a través del escaparate de una tienda de electrodomésticos. La mujer, con las manos caídas a los lados salía de forma intangible del cristal y avanzaba sin rumbo por la oscura calle que la rodeaba, de nuevo con las mismas facciones que habían caracterizado al anterior personaje.
A Marcus nada de esto le interesaba. Marcus era feliz en una época, la adolescencia, en la que la felicidad llega a cuentagotas. La razón, como no podía ser otra, era una chica. Amanda había invitado a Marcus, personalmente, a su fiesta de Halloween, en su casa. Las hormonas de Marcus casi podían olerse desde el otro extremo de la ciudad. Alterado, el joven cayó en la cuenta de que no disponía de disfraz para acudir al evento señalado. Tras el pertinente ruego económico a sus padres, estos accedieron a financiar la noche de Marcus a cambio de un horario de llegada prudente que ambas partes de la negociación sabían que no se iba a cumplir. Marcus acudió a la tienda de disfraces más grande de la ciudad. Una vez dentro de aquel inmenso establecimiento, se dio cuenta de que no tenía la menor idea de que disfrazarse. Preguntó a una de las chicas que atendían en la tienda. Tras una serie de preguntas, la joven comercial acertó de pleno con las intenciones de Marcus, recomendándole un disfraz de hombre lobo. “Nada hay más sexy que un hombre lobo” le dijo a Marcus mientras le guiñaba un ojo y se marchaba en busca del disfraz.
Marcus entró a los probadores y se colocó los ropajes. Se dio cuenta de la estafa de la que estaba siendo fruto. El disfraz incluía unos pantalones rotos y una camisa blanca, en lo que parecía un homenaje a la representación del monstruo interpretada por Lon Chaney. Marcus podía coger cualquiera de esas prendas de su cajón sin pagar por ellas. Cuando Marcus se puso la máscara, se dio cuenta de que quería ese disfraz. Estaba diseñada de manera magistral. Era aterradora. Marcus pensó en comprar unos dientes postizos, aunque claro, tendría que quitárselos a la hora de besar a Amanda. La idea despertó una corriente de endorfinas por su cerebro y le animaron definitivamente a comprarse el disfraz. Fue en ese momento cuando oyó un ruido extraño a su espalda, como un lamento.
Marcus corrió la cortina del probador y observó a una anciana caminar frente a él, con el pelo blanco y revuelto y con la boca muy abierta. Sus ojos negros parecían podridos, así como la carne que los rodeaba, la mujer gritaba un lamento con un tono extraño y molesto mientras caminaba y el resto de la gente la miraba. Marcus, en su disfraz de hombre lobo, la observó caminar en dirección a un muro. La mujer no se detenía y de pronto con paso firme comenzó a atravesarlo como si de un fantasma se tratara. Marcus dio un respingo y se abalanzó sobre ella. La mujer casi había desaparecido por completo tras el muro entre los gritos de horror de los clientes y trabajadores de la tienda. Marcus dio un salto y consiguió sujetarla del único brazo que permanecía fuera de la pared. Durante un segundo pensó que si daba un tirón se quedaría con el brazo muerto en su mano, sin embargo no tuvo tiempo a pensar más y de pronto se vio atraído por una enorme fuerza. Y Marcus desapareció. Atravesó la pared siguiendo a la anciana. Abrió los ojos tras su máscara de Lon Chaney. Frente a él, a escasos centímetros de su cara, la anciana de ojos podridos le gritaba con un aullido que no era humano, Marcus tembló y reculó en aquel espacio negro sin apenas luces donde decenas de personas caminaban sin rumbo, con ojos muertos y bocas abiertas. Marcus tuvo miedo, gritó y lloró.
Los telediarios esta vez respetaron más la noticia de las apariciones. El número de las mismas descartaba la idea de que se tratase de alguna campaña de marketing viral de alguna gran empresa. Las desapariciones, llamadas a emergencias y demás, habían convertido la broma en suceso. Los dos últimos videos encabezaban los informativos. En uno de ellos, un hombre aparecía de inmediato en medio de un ascensor, con la expresión ya cocnocida en su rostro. Los pasajeros del elevador comenzaron a aullar de terror y una mujer pareció desmayarse. La aparición se colocó en el medio del ascensor y se sujetó la cabeza con ambas manos. Al instante atravesó el piso del ascensor y desapareció sin gesticular. El segundo video, más estremecedor si cabe, mostraba la grabación de un aficionado en mitad de una celebración del día de Halloween. En ella, los participantes comenzaban a gritar y correr cuando un hombre lobo aparecía a través de una pared. Con su rostro cubierto de pelo, el licántropo fantasmal recorrió la sala y llegó a la altura de una joven rubia disfrazada de Catwoman y que temblaba como una hoja. El hombre lobo, sin dejar de aullar, abrazó a la joven y acercó su boca abierta a la chica. Ambos gritaron y el grito se mantuvo mientras los dos tenían la boca abierta en un beso sin labios. La mujer gato intentó zafarse del fantasmal abrazo, pero el hombre lobo la arrastró en su mortal beso y ambos desaparecieron tras cruzar la pared.
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