Confieso, y lo hago aquí, libre de testigos, que llevo mucho tiempo con un pequeño
sueño, una minúscula fantasía en la cabeza. Como todo deseo incompleto, este
soñar despierto tiene raíces que anidan desde hace largo tiempo en mi memoria y
que, de alguna manera, conectan con el niño que fui y que nunca espabiló.
Aun pronto para planteármelo, muchos días pienso en qué hacer si, llegado
el día dispongo de tiempo libre y recursos económicos suficientes. Mi margarita
deshojada me planteó una pequeña respuesta tiempo atrás. Si dios se decide a disponer,
el hombre que esto escribe se propone, algún día, crear un pequeño refugio
animal en alguna parte del territorio astur. Y ya está. No hay nada más. Tampoco
es un gran sueño dirá alguien que se pase por aquí despistado esperando leer
algo de mayor calado. Y es cierto. Es un sueño pequeño. Son los mejores.
Por esta zona, más o menos |
Tengo esa intención en mente y espero que, con el tiempo, la mente
transcienda la materia y esa quimera se traslade a lo terrenal. Todo se andará.
Y digo que esta fantasía tiene mucho de mi infancia por cuanto crecí soñador y
amante de los animales a partes iguales. Sirva como prueba de esta aseveración
que, con el pasar de los años, todavía hay dos tonadas que anidan en mi memoria
y que reflejan perfectamente esa unión entre el infante que vive en mi cabeza y
el cuarentón que aporrea el teclado.
La primera de ellas me trae a mi “yo” soñador. Es una versión de “Arabesque nº 1” de Claude Debussy pasada por los sintetizadores de un japonés de
apellido Tomita. Cada tarde que Planeta Imaginario se asomaba al enorme
televisor de color marrón de mis padres, allí estaba yo, con los ojos y la
mente abierta para transportarme a un mundo de fantasía del que aún no me he
apeado.
La segunda, más salvaje y con más fuste, tiene padre español y comparte procedencia
televisiva. Antonio García Abril
compuso la sintonía de El hombre y la tierra.
Escucharla todavía me produce una nostalgia inacabable. Con todos los
claroscuros que pudieran acompañar a Félix
Rodríguez de la Fuente, el poder de las imágenes que trajo al hogar de
muchos, entre los que me incluyo, fue suficiente para hacerme un enamorado de
la fauna, un amor que contó con el suministro inagotable de libros sobre el
tema por parte de mis padres. Un amor al que no he sabido dar rienda suelta
pero que pretendo recuperar.
En definitiva, un sueño sencillo surgido, quién sabe, de una mente infantil
y dos partituras ancladas en mi memoria. Todo es posible. No hace mucho, soñaba
con conocer la Nueva York de las películas y hoy día aquí me encuentro viviendo.
A veces existen grandes triunfos en los sueños pequeños. El tiempo dirá. De
momento aquí lo dejo y, de paso, traigo al presente un tiempo pasado en el que
un niño se podía sentar delante de la televisión a imaginar y aprender.
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