Pues volvió la burra al trigo y otro año más me apunté a la "Ride for Roswell". Este año tenía
un problema añadido. La falta de rodaje, por dos roturas de fibras (cada una en
un gemelo) que me tuvieron en el dique seco, causó que, a falta de bicicleta
y fútbol, sustituyese mis entrenamientos por bocadillos de nocilla (Nutella) y
alitas de pollo a la Buffalo.
A la postre, la nueva dieta dio resultado.
Porque este año me recorrí los cincuenta kilómetros con mejor tiempo que el
anterior, contemporizando al principio y apretando los dientes al final,
homenajeando las gestas de grandes de la ruta como Prudencio Induráin o Nicolás
Jalabert. En poco más de dos horas recorrí las 30 millas sin desfondar,
llorar ni sufrir. El año pasado me costó mucho más, con lo que he llegado a la
conclusión que mi organismo necesita de más chucherías y menos deporte para
rendir al cien por cien.
Como el año pasado, fue interesante acudir a la cita con la lucha contra el
cáncer que este año ha recaudado más de cuatro millones de dólares y ha reunido
a más de ocho mil personas sobre la bicicleta. Decir que disfruté del buen
tiempo y del buen ambiente es quedarse corto y, una vez más, la experiencia fue
más que positiva. Comenzamos a las siete de la mañana con el himno americano, manos
al pecho y miradas al cielo. Todas salvo las de Mark y Marjorie, una
pareja reunida para honrar a su hijo fallecido por leucemia el año anterior. Marjorie llora durante el himno y el
minuto de silencio que sigue mientras Mark
tiene la mirada perdida. Al terminar los preliminares, varios miembros del
pelotón los abrazan y consuelan a la pobre mujer que saca fuerzas de flaqueza y
empieza la ruta con una sonrisa. Momentos como estos te hacen darte cuenta de
la entereza de muchos y te acercan al ser humano.
Comenzamos despacio y pasamos junto a un gaitero escocés que nos recibe con
un son de guerra. La gaita acelera mi pecho en busca de batalla, pero como no
la hay, simplemente pedaleo un poco más rápido encarando el primer paso por el
hermoso parque de Ellicott Creek.
Sí señor, así sí |
Como dije el año pasado, la ruta es hermosa, paralela al río, cercana a la
naturaleza. Dejamos pasar a una decena de ocas, esquivamos algún conejito, pasamos
por un barrio plagado de yonkis... que también forman parte de la naturaleza y
que tienen su derecho a estar allí. Uno de ellos ataviado con un guante como el
de Jesús Quintana en el Gran Lebowski,
me saluda con su sonrisa desdentada. Soy consciente que si me pide dar una
vuelta en bicicleta le contestaré con el clásico aquel que todos hemos usado de
niños de "Mi mamá no me deja dejar".
Todo transcurre en calma y entro en meta pleno de fuerza.
Tras varias millas compartiendo carretera con un padre y un hijo que parecen dos
profesionales de la ruta, cada uno con su manillar de triatleta, decido
demarrar y escaparme cuando anuncian la última milla. La hago a velocidad de
infarto (infarto propio) y atravieso la meta en perfecto estado de revista
para acabar devorando un perrito caliente como si no hubiese un mañana.
Otro gran día, divertido y adictivo. El año que viene ¿Me atreveré con las
42 millas? Por cierto, este año no hay foto del antes y después porque la organización tuvo a bien tomarme una foto durante la carrera, en la cual se observa que iba sobrado.
Sonrisa de ganador |
No necesitabas sponsors este año¿? Te hubiéramos mandado unas perracas para que la obligación te hubiese resultado más llevadera, aunque con cargo de conciencia.
ResponderEliminarNo hacía falta. El año pasado me sentí un poco culpable. Está peor de robar que de pedir, pero no me sentí bien una vez recibida la pasta. Si algún día me apunto a la de 102 millas entonces sí, porque tendré que pagar la UVI móvil de mi bolsillo.
Eliminar¡50 kilómetros, la vírgen! Solo de pensarlo he acabado agotado y no me ha quedado más remedio que sentarme y zamparme un bocadillo de Nocilla (la verdadera).
ResponderEliminarEl otro día encontré Kinder Bueno. Soy un hombre feliz.
EliminarGrande, eres mejor que Rominguer.
ResponderEliminarTengo que comprar un maillot estilo Cipollini para ir súper cuco.
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