lunes, 11 de febrero de 2013

FRANKENWEENIE

Tim Burton nació como un creador con una personalidad propia y bien definida. Tapada o escondida tras su bien conocida imagen gótica y oscura, se escondía una fobia evidente a lo que podríamos llamar “clase media”. Para Burton, esta clase media resultaba un enemigo voraz, opresor y devorador de ilusiones. La pertenencia a los tan típicamente americanos condominios de viviendas con casas clónicas de color variable, simbolizaba para Burton el fin de la magia y la destrucción del talento. Encerrados en esta cárcel de mediocridad, los personajes en los que el director californiano se refleja, buscan escapar o de algún modo alterar su entorno.
De esta manera, en las obras más representativas del Burton de los ochenta y noventa (excluyo la película sobre Pee-Wee por no haberla visto), observamos diversas formas de evasión. La pareja formada por Alec Baldwin y Geena Davis escapan de sus monótonas vidas a través de la muerte, donde encuentran la felicidad junto al horrendo pero divertido Beetlejuice. Eduardo Manostijeras es capaz de hacer orbitar a su alrededor a toda una comunidad de vecinos donde las señoras trabajan para Avon y viven arreglando su jardín, cortándose el pelo y sin avanzar hacia ninguna parte enredadas en la mediocridad de la vida diaria hasta la aparición del “freak” de turno que les mostrará lo perdidas que están. Incluso Burton hace suyo un universo tan extenso como el del Hombre Murciélago y nos da a una Catwoman y un Oswald Cobblepot entrañables. El malvado Pingüino surgirá de las alcantarillas para doblegar Gotham, y mientras, asistiremos a la transmutación de Selina Kyle, de amargada secretaria encerrada en una vida desdichada a salvaje mujer-gata de sensualidad y poder desatados.
Si bien estas películas tenían una calidad más que aceptable, Burton va perdiendo el rumbo poco a poco y solo se encuentra a si mismo cuando se busca en sus orígenes, dejándonos la muy brillante “Big Fish” en la que nos narra la historia de un hombre entregado a una vida llena de fantasía. Una película hermosa en la que se nos cuenta que soñar es quizá la más bella vía de escape.
Y se acabó. Sin darse cuenta, Burton se cambia de bando y se sumerge en la rutina y la falta de imaginación. El color del dinero tapa al negro y oscuro y Tim naufraga viajando del Planeta de los Simios al País de las Maravillas enfrascándose en proyectos lucrativos pero de baja calidad, siempre amparado por sus fieles incondicionales que le perdonarán cualquier cosa.
Con “Frankeenwenie”, Burton vuelve a sus orígenes, al corto que le costó su puesto en Disney, pero amparado por la multinacional de orejas de ratón. En un giro del destino, el denunciante del orden establecido se incorpora a la maquinaria y nos entrega una película tierna y correcta pero encorsetada por una falta de imaginación evidente. A nivel técnico la película es buena aunque está a años luz de la maestría que Henry Selick demostró en “Pesadilla antes de Navidad” o la espectacular “Coraline”.
La historia es sencilla y nos traslada al típico vecindario estadounidense a través de un niño, Víctor,  enamorado del cine pero encerrado por una sociedad que encorseta a los que son diferentes. En este aspecto extraña que en toda la película no salga ni un solo niño que no parezca tocado por algún tipo de trastorno mental. La pérdida de la amada mascota de Víctor, el pequeño perro Sparky, desata la tristeza y con momentos realmente tiernos, Burton nos narra el renacimiento de un moderno Frankenstein. En un sentido homenaje al terror de la Hammer, diferentes criaturas irán apareciendo de modos divertidos y asistiremos al sempiterno enfrentamiento entre el bien y el mal (perros y gatos) con final feliz.
Una película sencilla, correcta y entretenida. Menos de hora y media que se pasan en un plumazo, pero nada que sobresalga sobre la media general. Aun así, tras las mediocres pero bien remuneradas “Sweeney Todd”, “Alicia en el País de las Maravillas” y “Sombras Tenebrosas”, Burton ha dado un pequeño paso adelante en pos de su recuperación como autor.

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