FLORENTINO, SERRAT Y LA SUPERLIGA

Cantaba Serrat, no mucho tiempo atrás, un intenso poema sobre la vida de dos vagabundos que conocen a un señor de alta cuna. Benito, el mendigo que da título a la canción, es conocido solamente a través del soliloquio del otro menesteroso que se presenta ante su interlocutor como un caballero caído en desgracia. En el proceso de vender su mala fortuna, el pordiosero con delirios de grandeza no duda en catalogar al pobre Benito como un muerto de hambre que vendería a su madre por un cartón de vino.

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Al final de la canción, el pobre iluso que soñó una cena opípara y conversación con la alta sociedad, despierta a un mundo de miseria y escasez, cada vez más vacío al fallecer el denostado Benito por el frío y el hambre. Ante la caída de su compañero, el narrador que en boca de Serrat lleva un rato hablando de sus grandezas, destapa sus miserias al robarle los calcetines a su fallecido camarada y darse a la fuga.

Por alguna razón, cuando leo y escucho fragmentos de las entrevistas a Florentino Pérez acerca de la Superliga, no hago más que acordarme de esta serenata del maestro catalán. Es evidente que Florentino nunca ha sido un adalid de la moral ni un hombre que haya ocultado que lo único que le mueve es la pela, la pasta, el parné y la plata. Es un hombre de negocios, qué duda cabe, aunque todavía no se sabe si uno bueno o uno malo. El Proyecto Castor viene a ser el mejor ejemplo de su capacidad. Con el soporte del dinero público, ACS trató de originar el mayor deposito de gas natural de España, proyecto que acabó enterrado bajo los seísmos causados por las prospecciones. Un plan innecesario, monstruoso y, como cada vez que se involucra uno de estos genios de las finanzas, devorado por los sobrecostes que elevaron el precio del fallido proyecto hasta los 1800 millones de euros. Euros que ACS ni gana ni pierde, aunque de alguna parte habrán tenido que salir y, spoilers aparte, ya puedo confirmar que no salieron del bolsillo del presidente del club blanco.

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Pero, dejémonos de cantares y vayámonos a las bulerías de la superliga. Dice el tío Florentino que la Champions es aburrida y que solo interesa al público a partir de cuartos de final. En parte es verdad. La antigua Copa de Europa a partido doble y sorteo puro era mucho más divertida, pero eso de ganar la liga para jugar la Champions era un mal recurrente para algunos clubes. La solución a esto, según Flo, pasa por un torneo en el que participarían los equipos más importantes de Europa, como por ejemplo el Tottenham, con un palmarés envidiable de dos títulos de liga, una recopa y un par de triunfos en la Copa de la UEFA en 138 años de historia. O el Arsenal, que ganó su última Premier League más de quince años atrás y que atesora un título de Recopa de Europa como máximo galardón continental. Vamos, equipos del nivel del Valencia, Sevilla o que ganaron su último título casi al mismo tiempo que el Depor. Eso es lo que ve Florentino como el futuro.  

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También comenta el presidente blanco, entre lamentos por el orquestado ataque a su increíble visión, que sin el dinero de la superliga no hay pasta para traer a Mbappé o Haaland, jugadores estos condenados por ende al paro, o a trabajar en el andamio o la hostelería. Florentino entiende que, si el Madrid gana pasta, todos ganan, porque el dinero fluye, pero fluye como a él le sale de los testículos. Porque su plan pasa por ingresar miles de millones por su superliga y, con esa pasta, comprar al Sporting, al Betis o al Lokomotiv a la figura que el quiera. Con ese ingreso, los presidentes de los susodichos equipos se quedan tan pichis y felices, y sin su figura deportiva pueden vender sus derechos televisivos a teleportugalete a cambio de un terrón de azúcar.

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Porque, y esto es lo que más me ofende, esta actitud soberbia y clasista ha acabado con muchas cosas, entre ellas el fútbol. Antes, un Sporting o un Oviedo se traían la estrella del Partizán, al capitán del Spartak de Moscú, a un tío de la Roma internacional con Argentina, a un delantero titular del Oporto o a un delantero centro del PSV Eindhoven. Ahora mismo, traerte a un central del Barakaldo depende de un balance económico y de unos ingresos exiguos. Sin embargo, clubes con deudas de cientos de millones siguen haciendo encaje de bolillos para volver a traer a alguna figura de nivel mundial o al enésimo joven brasileño que cuesta cuarenta millones de euros después de dos minutos como profesional.

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Esta milonga de superliga es otra mano de pintura sobre las carencias de gestión de estos grandes clubes que ingresan millones cada minuto sin rendir cuentas a nadie. Pérez se ha acostumbrado a huir hacia adelante. A que alguien vendrá y pondrá la panoja que tape su cagada. Si el Madrid debe cuatrocientos millones y no le puede pagar el salario a Ramos, pues otro equipo se lo pagará o, de no existir otro equipo, tendrá que bajarse el sueldo como ha hecho mucha gente, futbolistas incluidos. A Flo no le impulsa el fútbol, el deporte o la honestidad. Quiere ingresos. Y pisoteará, mentirá, robará o manipulará a quién se le ponga delante. Es cosa suya. Está en su derecho. También puede, como ese desgraciado al que cantaba Serrat, vendernos que “fue el cabrón de mi yerno el que me buscó la ruina y les comió el tarro a toda la familia... Que si esto, que si aquello...Mentiras, se lo juro... ¿Me invita usted a un cigarro...?”. El problema no es ese porque nunca lo ha sido. Lo jodido es que hay mucha gente que sigue creyendo y defendiendo a este vendeburras. Al final, se morirá Benito y le robarán los calcetines. Es la vida, es el mercado. 

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