Hay veces que me curro más los títulos que las entradas. Las cosas como
son. Pues hoy he visto la película "La
vida secreta de Walter Mitty", dirigida y protagonizada por Ben Stiller. No es una obra maestra pero
está rodeada con mimo y cuenta una historia entretenida acerca de la superación
personal, los retos, los sueños incumplidos por la llegada de la madurez que te
carga de responsabilidades y te ata a una vida en la que quizá no hagas todo lo
que soñaste. Pero eso no quiere decir que ya estés a un paso de estar a dos
metros bajo tierra, porque si de algo habla esta película, para mí, es de como
a cada paso puede haber una oportunidad de ser feliz.
Cuando yo era pequeño ya me interesaban estas historias en las que los
personajes cruzaban el mundo y se envolvían en miles de aventuras en pos de un
trofeo que al final se tornaba en nada, pues no había mayor trofeo que el viaje
de descubrimiento realizado. En uno de esos tebeos para niños y no tan niños
que eran los Don Miki, se englobaba
una aventura sobre Gilito, Donald y sus sobrinos. En busca de una jugosa
fortuna que ayudase a engordar la piscina de monedas de Gilito, la familia se
embarcaba en la búsqueda de un millonario desaparecido. Siguiendo pistas
llegaban a Anchorage, en Alaska, donde Donald era atacado por unos cangrejos.
Ese es el único recuerdo que me queda de un tebeo que se sumó a miles de
historias sobre superación personal, llenas de aventura. Historias que hablaban
acerca de cruzar parajes helados, atravesar paisajes desérticos, temblar sobre puentes
colgantes, amanecer en las sombras de Indonesia, resolver el caso del "Hierbajus apestosus" y acostarse a la luz de las estrellas al pie de
un templo Inca.
A punto de cumplir los treinta y cinco, es evidente que mi vida de
aventuras no ha transcendido el plano del pensamiento y la ficción. Sin embargo
la felicidad se encierra en tan pequeñas cosas que a veces causa vergüenza
soñar despierto.
En la película, Walter halla al fotógrafo en Afganistán. Allí observan
juntos a un leopardo de las nieves y se unen a un grupo de jóvenes locales que
juegan al fútbol. Comparten el deleite y el disfrute de lo simple. Y hay hemos
caído en el (escaso) punto común entre película y vida real.
He jugado al fútbol en cuatro países diferentes, y si tuviese que contar
las nacionalidades de compañeros y rivales no tendría dedos en las manos. Me han
expulsado en Holanda. Me he abrazado, como en un chiste malo, a un francés, un
portugués y un español. He formado parte de un equipo compuesto casi
exclusivamente por chilenos. Tumbé a un ucraniano y me derribó un escocés.
Marqué seis goles en el colegio Los Robles de Oviedo. Jugué con un grupo de
chinos que no conocía en la universidad de Wake Forest. Me rio cada lunes y
cada miércoles junto a un griego y un italiano que parecen conocerme de toda la
vida. Salté los muros del colegio de San Pedro de los Arcos una y mil veces con
mis hermanos Sergio, Avelino y Javier. Lanzamos a un buen muchacho como carnada al interior de un
chalé, y mientras era atacado por el perro guardián aprovechamos para sustraer
balones perdidos. Al borde del lago Glendalough dirigí a mis alumnos a una
victoria moral contra un equipo de italianos que, como buenos italianos estaban
más interesados en la carne española que en el aprendizaje del inglés.Así, miles de historias.
El fútbol es un ejemplo de una vida que ha dado más vueltas de las
esperadas. Cuando eres joven, como lo fue Walter, y lees los libros llenos de
aventuras que te llevan a dar la vuelta al mundo, te planteas que esa es la
vida ideal, y puede que para algunos lo sea. Sin embargo Walter no estaba
incompleto por no ver las faldas del Himalaya. Simplemente estaba incompleto.
Hay días que pueden llevarte a pensar así, pero luego alzas la vista a
nimios detalles y el puzle se forma ante tus ojos. Un simple día te levantas para
trabajar. El cielo es azul, cumples con tu labor, conduces con la ventanilla
abierta, te das cuenta que allá a lo lejos está Toronto y aquí a tu izquierda
un hermoso árbol en el que apoyarte y decides que Toronto puede esperar. Marcas
un gol en una pachanga, lees un tebeo al sol y disfrutas de la certeza de estar
compartiendo tus sueños con la mujer de tu vida y tu vida con la mujer de tus
sueños.
Simplemente vives, sin cruzar puentes colgantes o pasear por los fiordos.
Todo llegará, y eso es lo que Mitty y Donald aprendieron en una película y un
libro. Lo positivo es darte cuenta que siempre estás a tiempo de viajar al
Himalaya pero perder un minuto en no ser feliz es, aunque inevitable, irrecuperable.
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