Pues sí. Jugando Pachangas visita
el ballet, porque no nos engañemos, éste es, ante todo, un blog cultural
decidido a sublimar cada uno de los refinamientos del alma humana y es por ello
que si previamente nos habíamos ocupado del cine (séptimo arte), el comic
(noveno arte) y el Sporting de Gijón (anda que no hay que tener arte ni “ná”
para ser del Sporting), ahora nos ocupamos del segundo arte, la danza clásica.
Acompañado de mi señora esposa,
me fui a ver la obra Coppelia, obra
de Arthur Saint-León interpretada
para la ocasión por el Greater Niagara
Ballet Company. Os cuento la
historia acontecida y mis impresiones personales. Para los que quieran ir a ver
la obra aviso que habrá spoilers pero como a la entrada del teatro te dan toda
la historia y hasta te dicen como va a acabar, pues tampoco os adelanto nada.
El anciano doctor Coppelius,
cuñado del doctor Octavius y primo del doctor Parnassus, es un creador de
muñecas. Una de ellas es tan real que parece tener vida propia y enamora a uno
de los aldeanos habitantes de la villa de Glacia de nombre Franz. Franz es un
golfo que está prometido con Swanilda, pero que le hace ojitos a Coppelia, la
muñeca que, asomada a la ventana, no le hace ni caso a Franz, pero a éste le da
igual porque, la verdad, no es un tipo con muchas luces. Swanilda caza a Franz
de “periqueo” con la inanimada muñeca cuando llega el burgomaestre del pueblo
con las típicas zarandajas que los políticos usan para distraer al populacho.
En este caso la inauguración de una campana que a nadie le va ni le viene pero
que seguro que la ha hecho el primo de un cuñado de un amigo del burgomaestre.
Tras este suceso, el pueblo se dispersa y la plaza se queda vacía, momento
aprovechado por el anciano doctor Coppelius para salir de su casa. El problema
es que Franz y sus colegas andaban por allí de botellón y como las cosas son
igual en Glacia, Narnia o Blimea (todos ellos lugares imaginarios), los
alcoholizados muchachos deciden meterse con el anciano emborrachándole y
propinándole una paliza que hace que el pobre hombre pierda las llaves de casa.
Para no complicar mucho la historia, si los hombres son borrachos y
pendencieros, las muchachas son malvadas y confabuladoras. Swanilda ve la llave
caída del bolsillo de Coppelius y decide cogerla, llamar a sus amigas y todas
juntas entrar en la casa del buen doctor para cantarle las cuarenta a la fulana
que le pone ojitos a su prometido. Allí entran todas al hogar de Coppelius
dejando la puerta abierta. El doctor (¿En qué será la tesis de un tío que hace
muñecas de porcelana?) vuelve a escena y busca la llave por el suelo de la
plaza en lugar de ir directo a la cerradura de la puerta que es el primer sitio
donde miras cuando no encuentras las llaves. Observa que alguien ha profanado
su hogar, y en lugar de aterrorizarse pensando que unos delincuentes del este
han violado su intimidad o que los mismos que le han apaleado antes le esperan
dentro, armado con un paraguas se introduce en su domicilio sin pensarlo dos
veces, demostrando que, hoy y siempre, le dan un doctorado a cualquiera.
Mientras, Franz, preso de su amor por Coppelia y delirando por el alcohol,
trepa por la fachada para entrar por la ventana y conocer a su verdadero amor,
que claramente no es Swanilda.
El segundo acto comienza con las
muchachas en el taller de Coppelius. Allí se dan cuenta de la profesión del
doctor y descubren muñecas de diversa índole, incluso una vestida de Lola Flores. Cuando Swanilda descubre
que Coppelia no es real, en lugar de pensar que Franz es un lerdo total y
abandonarlo, se parte de risa demostrando que ella y su prometido son tal para cual.
La llegada de Coppelius culmina en desbandada de las chicas que acompañaban a
Swanilda, la cual se esconde en el habitáculo ocupado por Coppelia. Pero aquí
llega Franz, todo lujuria. En esta ocasión y sin sus amigotes cerca, Franz no
se atreve a apalizar a Coppelius y se achanta porque ya sabemos que estos
chulitos de piscina se quedan en nada cuando van solos. Coppelius, que es en el
fondo una mala víbora, engaña a Franz para tomarse unos copazos, pero lo que
parece orujo, en realidad es cazalla de la mala y Franz cae en un coma etílico
inmediato. El plan de Coppelius es traspasar el alma de Franz a su muñeca
Coppelia para vivir feliz con ella. Coppelia es sacada de su habitáculo pero
vemos que ya no es una muñeca, sino Swanilda que se ha vestido como el objeto
de deseo de medio pueblo y disimula como puede su naturaleza de ser vivo. De
alguna manera, Coppelius le saca el alma a Franz y se la pasa a Swanilda. Ésta
que es muy cuca, simula ser una muñeca vuelta a la vida y engaña a Coppelius
hasta que Franz se espabila y ambos huyen, dejando al burlado anciano llorando al
darse cuenta de lo cachondos que son los jóvenes locales.
Llega el final. En el tercer
acto, Swanilda se casa con el tonto/golfo de Franz que lleva toda la obra
suspirando por una muñeca de porcelana y pasando de su novia. Todos bailan mientras
el burgomaestre está erre que erre con la dichosa campanita que, seamos
sinceros, es una mierda enorme. Durante la boda, Coppelius baja a quejarse del
allanamiento de morada que ha sufrido pero el burgomaestre le calma con un saco
de dinero recién extraído de la caja B y ya de paso les suelta más panoja a los
recién casados, que se acercan elecciones y lo de la campana ha resultado ser
un bluf importante. Todos ganan, todos celebran y cae el telón.
Mis impresiones son
contrapuestas. Por un lado me dolió que no hubiese música en vivo que le habría
dado mucho nivel a la función. Las composiciones eran bonitas y algunas
bastante conocidas, pero grabadas pierden espectacularidad. Los intérpretes
eran unos muchachos de muslos prietos y ceñidas mallas con un cuerpo
espectacular, pero no tuve en ningún momento la sensación de ver algo fuera de
lo común a nivel físico o estético. Todo tiene una dificultad y se observaba
como alguna de las bailarinas sufría para mantener diversas posturas o ejecutar
movimientos. Por otra parte está claro que esto no era el Bolshói. Uno de los
chicos, ataviado, como no podía ser de otra manera, de rojo y blanco, se perdió
más de una vez y parecía tener dificultades para recordar que hacer. La
sensación es que podría ser un gran espectáculo pero, utilizando un símil
futbolístico, no es lo mismo ver un Barcelona-Bayern que un Lugones-Lenense.
Supongo que repetiré algún día.
No está de más y aprender no ocupa lugar. En Diciembre toca el Cascanueces.
Veremos qué pasa.
(Las imágenes que acompañan al texto han sido extraídas de la excepcional obra de Francisco Ibáñez, "El otro yo del profesor Bacterio")
Solo por haber puesto imagenes del profesor bacterio se merece un 10. Me extraña que te hayan dejado pasar; yo pensaba que a los tipos con discapacidad para el arte no nos dejaban entrar en esotos sitios y nos encerraban estadios, vestuarios llenos de señores gordos, etc, etc.
ResponderEliminarHombre, teniendo en cuenta que en el sitio donde fuimos a ver la obra se podía entrar comiendo polos y bebiendo limonada, tampoco es que fuese aquello el Teatro Real. Lo malo es que el día antes habíamos ido a una feria y no pude entrar a ver a la mujer barbuda, la mujer gorila (¿Serán la misma?) ni la sirena de dos cabezas, que eso si que llama la atención de mi lado cultural.
EliminarMer encanta el concpeto de entretenimiento en US. Tu bebida que no te la quite nadie, ni en el Besibol ni en el Ballet.
EliminarEn el Beisbol creo que si no comes un perrito y medio kilo patatas te echan y te mandan pa Massachussets por rojo.
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