La personalidad, la propia forma
de ser, se forja con el tiempo, con las experiencias. Encerrada en el genoma
existe una información que vale de poco a la hora de moldear a un ser humano
con todas sus virtudes y defectos. Las vivencias nos hacen ser como somos y
podría hacerse, como en el caso del genoma humano, un mapa de lo que te hace
ser tú mismo y no tu vecino de la acera de enfrente.
En mi caso sería un mapa
sencillo. Mi genoma vital, el mapa de mi personalidad estaría marcado a fuego por
cosas sencillas. Un simple balón borra la línea entre el niño y el adulto. “Cadena perpetua” resalta mi idea de la
amistad y “Sin Perdón” saca mi lado
trágico. Un bocadillo de jamón traerá una sonrisa a mi boca y un vaso de Coca
cola calmará mi ansiedad.
Pero cuando me quiero reír, reír
de verdad, no sonreír, no soltar una risa por lo bajo, cuando quiero dar rienda
suelta al sentido del humor que anida en el ADN de mi alma, entonces recurro al
maestro Ibáñez.
Años atrás, sentado en la mesa de la cocina,
frente al desayuno, la merienda o la cena, hojeaba y releía una y otra vez las
mismas historias de Mortadelo y Filemón que mi padre me compraba, en parte para
disfrutarlas él también. Llegado a determinados momentos de la historia que ya
me sabía, que ya conocía hasta el punto de identificar cada milímetro de cada
viñeta, una carcajada salía de mi boca al mundo. Era algo que a mi madre le
costaba entender. Recuerdo como una tarde, mientras lágrimas de risa caían de
mis ojos, ella, divertida y extrañada, se preguntó en voz alta como su hijo
podía ser tan tonto para reírse una y mil veces con el mismo tebeo. Razón no le
faltaba, pues no he sido brillante en mi vida, pero…
Es que Ibáñez es un genio. No hay vuelta de hoja. Puede que sus últimos
comics hayan bajado el ritmo, pero las ideas se agotan y mantener tal nivel,
tal brillantez, tal grado de maestría es tan difícil que yo soñaría con tener
la milésima parte del talento de este barcelonés universal.
Mortadelo y su jefe, el señor Pi,
han dado la vuelta al mundo, han conseguido hacer reír al unísono a germanos,
daneses, brasileños, ingleses, italianos, griegos y hasta los duros y taimados
habitantes de la extinta Yugoslavia. Su humor es tan universal como necesario,
tan simple como brillante, tan genial que de no existir, el universo sería un
lugar un poquito más oscuro, ávido de la luz que mana de una simple pluma, de
un único ser que por sí mismo puede presumir de haber traído millones de
sonrisas al mundo.
No nos podemos quedar solo en los
dos espías de la T.I.A. Ibáñez ha
dado para mucho más, pero las aventuras de tan rocambolescos detectives han
sido la particular Gioconda de
nuestro Leonardo local. A nadie
conozco que tuerza el gesto o simplemente admita no disfrutar con las historias
de Mortadelo y Filemón. Una fórmula sencilla de disfraces, golpes, situaciones
absurdas, giros sinsentido, pero tan bien narradas y tan brillantemente
expresadas que, mientras escribo, viñetas al azar saltan a mi mente.
Porque Ibáñez es parte de mi ADN vital, una gran parte de lo que confiere
lo que soy. De él, el niño que fui adoptó y plagió sin éxito ese amor por el
humor absurdo y las situaciones rocambolescas. Gracias a leerle cuando era un
infante, descubrí que hay un lugar en mí donde siempre va a haber sitio para un
chichón o dos, para ocultarme del Súper, para huir de Ofelia o para, recordando mi historieta favorita, "El Brujo", preguntarle
a mi mujer:
-¿Cuáles son los poderes del Brujo?-
Y que con su respuesta, ella me
confirme que elegí a la persona perfecta para compartir mi vida.
-La telepatía, la telequinesia y la Telesfora-.
Es un genio.
ResponderEliminarEfectivamente.
EliminarY ni ordenador ni puñetas. El tío sigue haciéndolas a mano. Con un par. Tengo 43 tacos y aún saco alguno de la biblioteca... No digo más.
ResponderEliminarNo echo yo de menos ni nada el leerme un Mortadelo mientras me como un bocata jamón...
EliminarJoer, ya me había olvidao de lo genial que eran y de lo que echo de menos leerme uno de ellos. Es que hay algunos que eran morirte de la risa con ellos!!!.
ResponderEliminarYo he encontrado una página para leerlos online, pero no es lo mismo.
EliminarBueno, bueno. No me he sentido identificado ni nada. Yo es que tenía las historietas manchadas de mermelada, Cola Cao, Nocilla y todo tipo de alimento apto para la merendola. Una anécdota: una noche, de niño, desperté a mi padre, a las tantas, porque me estaba riendo en sueños, ¡y es que soñaba con Mortadelo y Filemón!
ResponderEliminarEsa anécdota es muy grande.
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