Está muy en boga la profesión de opinador, oficio que permite a quién lo desempeña
el decir, desdecir y contradecir cualquier cosa acerca de cualquier tema. Lo
bueno de este tipo de ocupación es que autoriza a esgrimir una maestría sin
igual en cualquier campo. Así tenemos peritos del séptimo arte metidos a
epidemiólogos, talentos musicales con un envidiable conocimiento de la
situación geopolítica actual, o licenciados en ciencias de la información que
lo mismo destapan tramas de corrupción del más alto nivel que elucubran sobre
la marca de gomina de la última y fulgurante estrella del Real Madrid.
Inda ha aprendido tanto de fútbol que ya puede hasta simular agresiones |
Renacentistas mujeres, hombres y viceversa que, puestos a opinar, no conocen límites para su imaginación, lo cual está muy bien. Ponerle un candado a la mente humana es poco menos que una tropelía, ya que de las mentes más insospechadas puede surgir una idea genial. Claro que esperar lo inesperado no es siempre la mejor opción, así que la pregunta que cabe hacerse algún día es, ¿por qué de súbito la lista de voces versadas en cualquier área se alimenta casi exclusivamente de presentadores de televisión, tertulianos, actrices o tonadilleras mientras se obvia a los verdaderos expertos?
Ejemplo de científico tras discusión con reina de la farándula |
Todos estos nuevos adalides de la opinión pública que se atribuyen (sin que
nadie se lo pida) ser la voz de los sin voz, se cobijan en la idea de la
“libertad de expresión” como si fuera el escudo de Steve Rogers. La libertad de
expresión es un derecho básico y fundamental que me permite a mí, entre otros,
decir lo que quiero, como quiero y donde quiero. Encajonarla suele ser un error
y encarcelarla un crimen de fe. Yo debería de poder decir lo que quiera, aunque
para ello, debería ser consciente de que mi libertad concluye su recorrido
donde empieza la de mi vecino, algo que no todos saben reconocer a simple
vista.
Un voto por el Capi |
Por tanto, yo tengo derecho a hablar de la situación geotérmica de los polos geográficos y magnéticos. Puedo comentar que ruta escogería para acceder a la cima del Everest, el K2 o el Naranjo de Bulnes. Incluso sería capaz de elucubrar durante horas acerca del mecanismo más factible para dotar a un cohete lunar de un combustible basado en aceite vegetal. Podría hacer todo eso en base a mi libertad de opinión y expresión. Otra cosa muy distinta es que mi dictamen en tan diferentes temas no valga una mierda ni merezca la pena escucharse. Para muestra, el último comentario vertido en respuesta a mi veredicto acerca de una de las entregas cinematográficas de “The Fast and the Furious”. Y cito literalmente: “No tienes ni puta idea de películas, FF6 Me encanta.” Pues eso.
El crítico, una de las mejores series de dibujos de la historia |
Es por ello por lo que cuando determinados elementos adquieren un altavoz continuado y altisonante para dar su versión acerca de según que tramas, a mí no me choca que opinen contrastadas barbaridades. Lo que me fascina es que el megáfono continúe encendido para ellos mientras que el sentir de los más doctos, pero menos grandilocuentes, se pierde en el vacío como un pedo en el viento.
La frase del pedo en el viento pertenece originalmente al alcaide Norton |
Así que, por un lado me alegra que Victoria Abril, Pablo Motos,
Alaska y Dinarama o los Toreros Muertos expongan cuantas ideas le
vengan a la mollera. Están en su derecho. El drama viene cuando esta opinión
subyace como la predominante. Entonces el daño está hecho. Por poner un
ejemplo, en el momento en que Tomás Roncero o Josep Pedrerol hacen
suya la palabra, el fútbol pierde, el deporte rey pasa a pelea de vasallos y la
hermosura del juego de pelota se torna en bronca y ruido de fondo.
Echo de menos mis pachangas |
A estas alturas, resulta triste pensar que un científico, un médico o un
experto en determinada área tenga que abandonar su oficina para explicar que la
última ocurrencia de Gwyneth Paltrow no es una recomendación
clínica válida. El
ventilador de las tonterías es enorme. Cada día más. Tanto que cuesta separar
el grano de la paja y cualquier exabrupto se convierte en información
multiplicada y extendida. Como siempre, en nuestra mano está decidir a quién
escuchar. Quizá ese sea el problema.
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