martes, 20 de octubre de 2020

EL LARGO VIAJE DE WONDER WOMAN

 


Los coleccionistas nos consideramos gente testaruda e incansable. Cuando algo se nos mete entre ceja y ceja, nada nos puede detener a la hora de adquirirlo. Es como una fijación, un trastorno ansioso y compulsivo que hace que dicho objeto ocupe tus horas de sueño y vigilia. El problema es que los coleccionistas de mi generación nunca nos habíamos enfrentado a una pandemia global. Alguna mala resaca, alguna diarrea ocasional o, a veces, ambas juntas como castigo divino. Pero nada como esto.

El quince de febrero amaneció con portadas en los periódicos que poco hacían presagiar lo que vendría después. Las protestas agrarias copaban El País. El tenso amor entre Venezuela y España asomaba en El Mundo. Maduro, cómo no, en La Razón y unos pingüinos en peligro asomaban en La Vanguardia. Ese quince de febrero, el escándalo sexual de un candidato a la alcaldía de París y el castigo al Manchester City copaban portadas. De los grandes diarios españoles, solo el grupo prisa mostraba en una esquina de su portada que China había decidido pasarse a las clases online dado el avance del coronavirus. Siempre aparecen los que dicen que ya se lo olían, que ya contaban con ello o que se veía venir, pero ese quince de febrero ninguno de estos videntes se encontraba trabajando para la prensa española. Así que, para el que esto escribe, el quince de febrero en Nueva York solo era un día frío como el demonio.


Pero volvamos al coleccionismo. Contactado desde Oviedo, se me hizo el encargo de adquirir una figura de la princesa de Themyscira, Diana Prince. Wonder Woman para los amigos. Una figurita exclusiva del territorio estadounidense. Una golosina para un coleccionista goloso. Entendedor de este tipo de enamoramientos, me presté a adquirir dicha figura. Para mí no supone ningún esfuerzo acudir a determinadas tiendas cuyas paredes aparecen cubiertas de todos los tipos de entretenimiento que disfruto ocasionalmente. Visité comercios en Manhattan, pero no la tenían. Acudí a establecimientos en el área más hípster y vanguardista de Brooklyn. No existía dicha figura para ellos. La última bala estaba en el sur de la avenida Flatbush. No la mejor zona del barrio neoyorquino. Tampoco la peor. Allí acudí aquel sábado por la tarde. Manos en los bolsillos, gorro de lana. De camino churreros ambulantes me abrían el apetito y la oscuridad de Nueva York, esa ciudad que duerme más de lo que dice su campaña publicitaria, me envolvía camino de la tienda.

En Flatbush gastan menos en farolas que un ciego en novelas

Cuando llegué allí, solo estábamos el dependiente, un colega suyo y yo. Di vueltas por el establecimiento hasta que encontré la ansiada figura. La suerte me acompañaba. Tarea fácil, al fin y al cabo. Al ir a pagar, el muchacho que atendía la tienda parecía agotado, dolorido y harto de la vida. En parte normal para un chico joven que está trabajando a última hora del sábado. Cuando se levantó para coger una bolsa le pregunté que si se encontraba bien. Él asintió levemente. Su colega dijo entre risas que tenía el coronavirus y yo me reí con él, inconsciente de lo que estaba por venir. El agotado dependiente le respondió con ese acento tan típico de los negros de Nueva York. “Dude, con eso no se bromea”. Qué razón tenía.

A veces uno se encuentra confundido cuando vaga por NY

Así que me volví a casa con el fruto de mi trabajo y prometí enviar la figura a España tan pronto como me fuera posible. Dándolo por cosa hecha, me deje ir ocupado en otros temas laborales y vitales hasta que la propia existencia dio un giro de 180 grados y aquel “con eso no se bromea” del agotado tendero se convirtió en cruda realidad. El mundo se paró y con él se detuvo la aventura de Wonder Woman. Permaneció en el armario de mi habitación días que se tornaron en semanas y luego meses.

También viajaron algunas de mis tonterías

Y llegó el momento de abandonar unos Estados Unidos hundidos en la miseria de su nefasta gestión, no de esta pandemia, sino de una sociedad en la que la unidad de medida es el dinero y la salud un vicio nefasto. Un quince de Julio, cinco meses después de ser adquirida, Wonder Woman se fue a una caja enorme, rodeada de todo aquello que me importaba. Se la entregué a un muchacho uruguayo que me prometió enviarla a mi nueva casa de Londres. Y un quince de septiembre, Wonder Woman llegó a Inglaterra, impoluta en su caja de coleccionista. Ayer, lástima no fuera quince de octubre para cerrar el círculo, la deposite en una oficina de Royal Mail, camino de España. En su viaje a Asturias, Wonder Woman ha empleado ocho meses que han parecido una vida. Ha viajado en barco, avión y ha conocido mundo. Como el virus, esta figurita nació en China para conocer el planeta. A diferencia del microorganismo que ha hecho temblar el mundo, esta figurita traerá alegría a su dueño.

Es importante que lo que quieres esté siempre contigo

Es la ventaja de ser un coleccionista. Las pequeñas victorias. Esos momentos diminutos que solo te alegran a ti. Ese instante en el que el mundo sigue dando vueltas sobre el eje equivocado mientras que tú te detienes, aunque sea por un momento, para centrarte en esas pequeñas cosas que, como decía Serrat, nos dejan un tiempo de rosas en un rincón, en un papel, o en un cajón.

O en una estantería

2 comentarios:

  1. ¡¡Oléeeeeeee!!
    No se pueden decir mejor las cosas.
    Cuando Diana llegue por fin será igual de cuidada y protegida como lo ha sido durante todos estos meses, tenlo por seguro. Y ojalá pronto podamos reunirnos y volver a recuperar es ansiada normalidad... sin olvidar todo lo que nos haya llevado a ella, precisamente para no volver a repetir los errores cometidos.
    Graciiiias 😘

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    Respuestas
    1. Me alegro de que Diana por fin haya llegado a su hogar. Y sí, en algún momento llegará la hora de poder volver a reunirnos. hay que tener esperanza. Va a ser duro, pero pasará.
      Un abrazo a los dos

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