miércoles, 4 de septiembre de 2013

LAZARILLOS Y QUIJOTES



Ayer veía en “El intermedio” la entrevista que le hicieron a una de esas grandes investigadoras que tienen que abandonar la madre patria ante la falta de recursos. Amaya Moro es una astrofísica de relevancia internacional con publicaciones de muy alto índice de impacto y que parece más que cualificada para ocupar un puesto investigador/docente en España. 

Sin embargo la oportunidad se le niega de nuevo ante los recortes en investigación y desarrollo que los sucesivos gobiernos españoles han ido acometiendo uno tras otro, colocando a España en una situación ruinosa en este campo.

Si bien estoy de acuerdo en que es una lástima que gente de probada valía salga del país, mi pregunta va más allá. Si los buenos salen por falta de oportunidades, entonces los que se quedan ¿son buenísimos?

Vaya por delante que la idea de que son los mejores los que se van no es cierta. Yo mismo soy un investigador con un bagaje mediocre y que nunca llegará a ser un número uno (ni dos, ni tres) en su disciplina, posiblemente por lo mismo por lo que no he llegado a jugar en primera división. Me falta talento y el esfuerzo no lo suple todo. Por tanto, y cometiendo el error de ponerme como ejemplo, no siempre los mejores salen del país. Al final, salen los que pueden, pero ¿Quién se queda?

Evidentemente existen grandes nombres de la ciencia que se mantienen en España, no sin sufrir por los recortes. Nombres, para mí cercanos, de grandes talentos como Carlos López-Otín o José Barluenga, punteros en sus respectivas ramas, mantienen sus puestos y sus grupos en una universidad tan dañada por la crisis como la Universidad de Oviedo. Jóvenes genios como Ignacio Varela vuelven y encuentran un sitio para seguir creciendo en Santander. Distando de la perfección, no todo está mal, pero, si la ciencia española apunta a la excelencia, ¿Cómo es posible que investigadores excelentes como Amaya Moro no se puedan quedar?

Al final, no todo es dinero. No olvidemos que vivimos en la España de Quijotes y Lazarillos. Están los que persiguen un sueño para darse de bruces (tras dejarse la piel) con la realidad dura y macabra de los gigantes convertidos en molinos. Pero también están los que embaucan al ciego, los trileros de gama baja, esos personajes acostumbrados a subsistir, sobrevivir o incluso vivir muy bien haciendo de las migajas de otros su rico pan. Los Bárcenas, Roldán y demás embaucadores existen a todo nivel. Desde lo alto del monte al fondo del océano y en la ciencia española se acumulan este tipo de reyes Midas que convierten en mierda todo lo que tocan.

Amaya Moro se marcha y otros mucho menos cualificados se quedan agarrados como piojos a un puesto que no merecen y en lugar de preguntarme qué causa que no se dé más dinero a la investigación española, lo que me pregunto es cuál es la razón de que no se reparta mejor ¿Por qué los verdaderos investigadores han de competir con tahúres profesionales por un dinero miserable? 

La solución no es sencilla. El sistema investigador español necesita más dinero. Sí, pero no solo eso. Necesita una exhaustiva limpieza para que ese dinero se reparta equitativamente por méritos y no por amiguismos, paternalismos o en su nombre patrio “enchufismos”. Solo de esa manera conseguiremos que gente que es útil a la NASA se quede siendo útil a España, mientras que gente que solo es útil para sí misma y un cáncer para los demás dejen de chupar del dinero público a manos llenas.

Evidentemente no es sencillo, pero creo que va siendo hora de mirar no solo a los que se van. Quizá parte del problema está en entender la razón de que algunos no se vayan ni con agua caliente.

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