Ayer veía en “El intermedio” la entrevista que le hicieron a una de esas grandes
investigadoras que tienen que abandonar la madre patria ante la falta de
recursos. Amaya Moro es una
astrofísica de relevancia internacional con publicaciones de muy alto índice de
impacto y que parece más que cualificada para ocupar un puesto
investigador/docente en España.
Sin embargo la oportunidad se le niega de
nuevo ante los recortes en investigación y desarrollo que los sucesivos
gobiernos españoles han ido acometiendo uno tras otro, colocando a España en
una situación ruinosa en este campo.
Si bien estoy de acuerdo en que es una
lástima que gente de probada valía salga del país, mi pregunta va más allá. Si
los buenos salen por falta de oportunidades, entonces los que se quedan ¿son
buenísimos?
Vaya por delante que la idea de que son los
mejores los que se van no es cierta. Yo mismo soy un investigador con un bagaje
mediocre y que nunca llegará a ser un número uno (ni dos, ni tres) en su
disciplina, posiblemente por lo mismo por lo que no he llegado a jugar en
primera división. Me falta talento y el esfuerzo no lo suple todo. Por tanto, y
cometiendo el error de ponerme como ejemplo, no siempre los mejores salen del
país. Al final, salen los que pueden, pero ¿Quién se queda?
Evidentemente existen grandes nombres de la
ciencia que se mantienen en España, no sin sufrir por los recortes. Nombres,
para mí cercanos, de grandes talentos como
Carlos López-Otín o José Barluenga,
punteros en sus respectivas ramas, mantienen sus puestos y sus grupos en una
universidad tan dañada por la crisis como la Universidad de Oviedo. Jóvenes
genios como Ignacio Varela vuelven y
encuentran un sitio para seguir creciendo en Santander. Distando de la
perfección, no todo está mal, pero, si la ciencia española apunta a la
excelencia, ¿Cómo es posible que investigadores excelentes como Amaya Moro no se puedan quedar?
Al final, no todo es dinero. No olvidemos que
vivimos en la España de Quijotes y Lazarillos. Están los que persiguen un sueño
para darse de bruces (tras dejarse la piel) con la realidad dura y macabra de
los gigantes convertidos en molinos. Pero también están los que embaucan al
ciego, los trileros de gama baja, esos personajes acostumbrados a subsistir, sobrevivir
o incluso vivir muy bien haciendo de las migajas de otros su rico pan. Los Bárcenas, Roldán y demás embaucadores existen a todo nivel. Desde lo alto del
monte al fondo del océano y en la ciencia española se acumulan este tipo de reyes
Midas que convierten en mierda todo lo que tocan.
Amaya Moro se marcha y otros mucho menos
cualificados se quedan agarrados como piojos a un puesto que no merecen y en
lugar de preguntarme qué causa que no se dé más dinero a la investigación
española, lo que me pregunto es cuál es la razón de que no se reparta mejor ¿Por
qué los verdaderos investigadores han de competir con tahúres profesionales por
un dinero miserable?
La solución no es sencilla. El sistema
investigador español necesita más dinero. Sí, pero no solo eso. Necesita una
exhaustiva limpieza para que ese dinero se reparta equitativamente por méritos
y no por amiguismos, paternalismos o en su nombre patrio “enchufismos”. Solo de
esa manera conseguiremos que gente que es útil a la NASA se quede siendo útil a
España, mientras que gente que solo es útil para sí misma y un cáncer para los
demás dejen de chupar del dinero público a manos llenas.
Evidentemente no es sencillo, pero creo que
va siendo hora de mirar no solo a los que se van. Quizá parte del problema está
en entender la razón de que algunos no se vayan ni con agua caliente.
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