Hace cuatro días que participé en
“Ride for Roswell”. No encontraba las palabras para describir el evento ni la
magnitud del mismo. Quizá por el cansancio con el que acabé el sábado, muestra
del cual puede observarse en la siguiente imagen.
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Espero que estas fotos no generen un imparable fenómeno "fan" |
Sin embargo, hoy algo me ha
llamado la atención y me ha obligado a escribir. Esta mañana, en el trabajo, he recibido una muestra de
sangre de un niño de Chicago. Con tres años está pasando por un cáncer al cual
se ha unido el daño cardíaco causado por la quimioterapia recibida. Mi trabajo consiste
en procesar esa muestra, extraer el ADN y determinar si en su carga genética
hay algo que predisponga al chico a sufrir por el tratamiento que intenta
salvarle la vida. Un niño, una familia, una enfermedad condensada en un tubo de
ensayo. Unos análisis que conducen a datos, números, resultados que quizá
lleguen tarde o que no sirvan de nada. Ese es mi trabajo y, lo reconozco,
prácticamente nunca pongo atención al nombre adherido al tubo, a la edad, al
sexo, al diagnóstico. Todo ello lo anoto en una libreta como un robot y lo
olvido inmediatamente. Todo ese sufrimiento es un número para mí porque no
podría ser otra cosa. Hoy, sin embargo, ha sido diferente.
Puestos de avituallamiento |
Y en parte es por la dichosa
carrera. No me entiendan mal. Todo lo que pueda hablar de la “Ride for Roswell”
es positivo. Destaca la participación, como se involucra la gente y ver como se
vuelca un pueblo hasta conseguir casi cuatro millones de dólares de los cuales,
cuatrocientos pertenecen a mi entorno, gracias a Javier, Kike, Pol, mis padres
o Vir. El evento en sí es una fiesta, un intento de involucrar a la comunidad
en una lucha difícil. La música, el espectáculo, la alegría, todo ello envuelve
historias personales que, de pronto, se te acercan durante las treinta millas
de marcha.
La salida de una de las pruebas |
Con cada pedalada observas los
mensajes de algunos de los participantes. Un hombre, un anciano prácticamente, se
sube a la bicicleta en memoria de su esposa fallecida. Una mujer lleva la foto
de su hija superviviente mientras que un grupo diferente muestra la imagen de otra
chica que corrió peor suerte. Y sin embargo, de tanta tragedia surge una
especie de estado emocional positivo, una sensación de lucha, de grupo, de
humanidad, que raras veces he sentido.
Buffalo nos recibió con un soleado día |
Son las ocho de la mañana cuando
cubro la mitad del recorrido y entro en terreno urbano. No diré que el ambiente
sea el de una gran vuelta ciclista, sin embargo choca ver la cantidad de gente
que abandona su domicilio para aplaudirte o animarte. Es extraño, tanto que
cuesta describirlo. Al entrar en meta, tras dos horas y media pedaleando, la
organización prepara algo especial. Quinientos metros vallados rodeados de
gente que te recibe como si hubieses coronado el Angliru en primer puesto.
Aplausos y vítores que, por alguna razón, no suenan vacíos, sino sinceros.
Los aplausos fueron parte del día |
Hay una alegría, una animosidad
que, transmitida, resulta contagiosa y te llega. No me es lejana la tragedia
del cáncer ni la lucha de los que lo sufren en carnes propias o seres queridos,
pero esta especie de unión tribal, de ver a tanta gente remando en la misma
dirección de forma altruista, esta simple etapa ha cambiado algo en mi
percepción. No mucho, pero algo. Quizá no conseguí nada sobre mi bicicleta el
domingo. Quizá hoy, en el trabajo, tampoco. Quizá, lo mejor, sea seguir
considerando números anónimos a los distintos seres humanos que de uno u otro
modo pasan por mis manos, ya que como casi todo investigador que conozco,
dedicado a lograr avances en la salud, cada día que pasa siento que mi esfuerzo
es ímprobo y culminará en nada, que nadie se va a curar por lo que haga cada
mañana sentado frente a la mesa, que formo parte de una cadena, de un
engranaje, de una maquinaria que no avanza hacia donde debiera.
El año que viene, si se puede, volveré |
Puede ser. Lo que me queda claro
es que no se puede dejar de intentarlo. Aunque sea dando pedales.
Me he puesto muy serio pero ahora llega el momento de reconocerlo. Iba dopado. |