jueves, 20 de julio de 2023

Y SE FUE IBÁÑEZ

 


Amanece y el Sol se fuma un cigarro puro. Calor asfixiante. Por la fachada de un edificio, vaya usted a saber por qué, trepa un SEAT 600 con baca, vaca y portabultos cargando con el abuelo. En algún punto de esta ciudad nuestro héroe calvo, porque todos los héroes son calvos o lo serán algún día, se encuentra en la cama, amodorrado, solemnemente dormido con solo un pie asomando entre las sábanas. Un reloj de cuco, de esos que ni usted ni yo hemos visto jamás pero que existen, vaya si existen, señala la hora de levantarse con varios alegres “cú-cú” que resuenan en el ambiente en negrita y entre signos de exclamación. Nuestro alopécico protagonista no responde a la alarma matinal, por lo que el alado personaje que habita el reloj de pared decide tomarse la justicia por su mano y hacer una pequeña trastada al durmiente que se encuentra bajo él. En su siguiente paseo para indicar que ya ha llegado el momento de encarar el día, el pequeño pájaro despertador acompaña su trinar con un barreno de dinamita que deja caer, con malévola sonrisa llena de dientes, sobre nuestro bello durmiente. Un “Boom” que consigue un “Ay”, un rostro tiznado de hollín y algún diente de menos. Buenos días por lo salvaje, cómo debe ser.


En calzoncillos de lunares blancos sobre fondo rojo y camiseta de tirantes, nívea, de las de antes, el protagonista de nuestra historia se dirige a la cocina, mareado y contrahecho por el rudimentario despertar. De camino a su destino se cruza con un gato que lleva una raspa de sardina en la boca, pasa ante el busto del abuelo que descansa bajo el cuadro de un botijo y rodea a cuatro ratones vestidos de pistoleros que están jugando al póker. La mañana se anima y no son ni las ocho. Sorprendentemente, entre viñeta y viñeta, el vestuario de nuestro personaje ha cambiado y ahora viste elegante y arreglado. Listo para la acción. La patrona ha preparado un guiso incomible sospechosamente parecido al loro de la vecina que desapareció de forma clandestina, así que nuestro incombustible héroe del momento sale a la calle. Un galgo orina en un roble mientras fuma un cigarro sin filtro ajeno al hecho de que el susodicho árbol ha cobrado consciencia absoluta y parece dispuesto a castigarle con un buen mamporro por los disgustos. Señores con traje y sombrero, señoras con capazo, niños con tirachinas y nubarrones con personalidad propia pasean por la ciudad. La vida lo impregna todo convirtiendo la rutina en ese lugar mágico en el que Rompetechos siempre tiene las de perder y Sacarino las de ganar.


Tras pasar página, nuestro personaje se acoda a la entrada del metro y pide un café con leche y un croissant. Te has equivocado de tebeo, le responden, los de Jan son dos estanterías más abajo. El calvo se va sobresaltado, se enciende un pito con un mechero de cuerda ¿Saben lo que son los mecheros de cuerda? Yo tampoco. Un celtas sin boquilla hace que le caigan las lágrimas, que tosa como una vieja y que un tornillo y su tuerca se le salgan por la oreja. Se está torciendo un día que, siendo sinceros, no empezó del todo bien. Sin embargo, todos sabemos que nuestro héroe sobre el papel va camino de un mundo mejor. Un mundo con más Ofelias, más Bacterios y hasta con algún Vicente. La perspectiva no es perfecta, pero no deja de ser excelente. De cara a continuar con su quehacer diario, este tipo al que llevamos siguiendo tres párrafos habla con un pequeño muchacho de pantalón corto, melena salvaje bajo la gorra y un único diente. Dame el periódico chico, le dice, y le lanza cinco duros en una moneda amarilla como el oro más puro. Abre el diario con calma. Cassius Clay ha vencido a Moshe Dayan en ocho sets y un delegado de la ONU se queja de que no ve bien desde la fila de atrás. Las noticias de siempre. Pasa página y se encuentra un agujero en la sección nacional mientras observa como un ratón con rostro inocente se larga por la acera con un puñado de papeles en el morro. Así que decide sacar un transistor de esos de bolsillo, con tres botones (uno de ellos rojo) y se lo pone al oído. La primera noticia que escucha le causa un escalofrío que le hace castañetear los dientes, le pone la espalda tiesa y hace que la camisa no le llegue al cuerpo.

Francisco Ibáñez ha muerto, dice una voz desde la radio. Y el sol se esconde, un pequeño perro marrón deja escapar una lágrima, una rata oscura se asoma sorprendida por el agujero de la alcantarilla, dos caracoles se abrazan y sollozan y el 600 que ascendía por la pared del edificio en el primer párrafo ha perdido la fe para desafiar la fuerza de la gravedad y cae en picado. De pronto, todo es más oscuro y banal porque se ha ido el surrealismo y nos ha dejado huérfanos de realismo mágico en este mundo irreal. Se fue el maestro y las pistolas ya no hacen “bang”, los agentes de la TIA no se escapan a Pernambuco y en el desierto de Gobi solamente hay soledad. Se acaba un mito, una leyenda y un personaje demasiado grande para este mundo triste en el que el humor ha bajado una octava para sonar desafinado. Es una lástima, opina nuestro personaje y mira a su alrededor. Todo es tan ocre y mediocre que asusta. Se acabaron las viñetas. Magín el Mago no está, Filemón no aparece y el zapatófono hace horas que no suena. Es hora de ir a trabajar, piensa. Se acerca a una pared y hace la llamada secreta. Dos golpes flojitos, uno medio y uno fuerte. Nadie contesta. Seguro que la contraseña ha cambiado, así que grita aquello de “Los tipos con bigote tienen cara de Hotentote” y nadie sonríe, nadie lo entiende, a nadie le importa. Sí, es una lástima, vuelve a pensar mientras se pierde en el horizonte camino de ninguna parte. Gracias por todo Francisco, te echaré de menos.

2 comentarios:

  1. Un genio irrepetible. Las aficiones a leer de varias generaciones que habrá provocado con sus grandiosos personajes e historias. Descanse en paz, maestro.

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    1. Una lástima y un señor que tuvo un efecto grandísimo y siempre positivo en millones de personas. Eso no tiene precio.

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