viernes, 9 de junio de 2023

CUATRO RATONES VALIENTES (Cuento infantil)

Escuchad niños.

Los tiempos han cambiado mucho desde las antiguas y fantásticas edades de las que os traigo esta historia. Dejadme contaros que, en otros tiempos, una princesa podía no dormir por la molestia de un guisante escondido bajo decenas de colchones, una niña fue capaz de cruzar un bosque regentado por un horrible lobo, otro valeroso muchacho creció educado por fieras salvajes y un flautista logró hacer salir bailando a unos ratones de la ciudad de Hamelin ¿No es sorprendente?

Y de ratones vengo a hablaros. Los ratones, esos pequeños granujillas escondidos entre los maizales. Enemigos del hombre les llaman. Les persiguen y les pegan con la escoba, más no saben que hace tiempo, mucho tiempo, el hombre y el ratón eran fantásticos aliados. Así que sin más dilación os cuento la historia de “Los cuatro guerreros ratón”. En realidad, no eran guerreros y en su vida habían portado espada o arma alguna, pero el comienzo de una historia siempre es importante, aunque no sea del todo cierto.

Existía una bella ciudad de una hermosa provincia, y no voy a deciros dónde porque esto suele generar envidias y suspicacias de gentes que viven en ciudades más feas de provincias no tan hermosas. Así que quedaos solo con eso, la belleza de dicha urbe. La hermosura flotaba y bailaba en el ambiente, y en una ciudad donde todo era hermoso solo podían existir dos cosas. Belleza y gentes que venían en su captura. Ya que la mayor parte de las cosas hermosas del reino vivían allí, los hombres feos detestaban esa ciudad y por extensión detestaban a lo más hermoso de esta hermosa tierra.

Y como no puede existir una historia sin contrarios, sin opuestos ni enemigos, para toda belleza existente, la fealdad se reencarnó en Juan Nadie. Juan era feo. Tan feo al nacer, que fue abandonado flotando en un río y ni tan siquiera los sapos más horribles y verrugosos quisieron hacerse cargo de él. Pero lo que otros consideran una maldición, para Juan fue la salvación. Los lobos no lo devoraron temiendo encontrar veneno en su interior y sus pústulas espantaron a los insectos que se acercaban interesados. Pero hasta el más feo de los feos merece un sitio y Juan encontró el suyo en lo más hondo de la tierra. Allí pasó Juan oculto los años y cuando, tiempo después, la luz del sol volvió a acariciar su mejilla, el astro rey se escondió horrorizado por tanta fealdad. Y salió la luna, como era menester, pero al salir vio a Juan y decidió que era mejor seguir a su esquivo amante diurno. La tierra se sumió en la locura y el gris durante semanas. Estos oscuros días, Juan aprovechó para acercarse a la hermosa ciudad, la cual no sabía si dormir o levantarse, si escuchar al gallo o al búho. Y en ese estado de desasosiego, Juan pudo colarse en el interior del castillo y allí encontró la belleza absoluta.

La hija del rey se llamaba…no os lo contaré, ya que en estos tiempos la información circula sin control y una simple indagación podría llevaros a las puertas de deshacer el entuerto del nombre de la ciudad más bella de la provincia más hermosa. No es necesario saber su nombre. Solo sabed que la niña era una ninfa de pelo oscuro y ojos negros. Radiante como el día y hermosa como las estrellas. Decían que su sonrisa podía iluminar el mundo, pero hacía tiempo que no sonreía porque la niña ansiaba conocer. Quería ver algo más, pasear fuera de los muros del castillo, encontrar algo más que belleza. Quería saber. El problema es que su hermosa madre dedicaba las horas del día a peinar el bello pelo de su princesa en busca de la perfección más absoluta. La niña alcanzaba la belleza total justo antes de acostarse y su pelo se enmarañaba entre las sábanas antes de salir el sol, así que día tras día era peinada y peinada hasta la extenuación.

Pero vuelvo a la historia. Juan entró en el castillo en busca de la más hermosa posesión del rey y, de forma artera y por la espalda, aprovechando que la niña dormía la metió en un saco y se la llevó consigo al más profundo hoyo, donde su belleza no volvería a ser vista. Tal vez, pensaba Juan, su propia fealdad no se consideraría tal, ya que, sin la princesa más hermosa el nivel de belleza había disminuido en el mundo y todos seríamos un poco menos agraciados. Cuando Juan se metió en su agujero, el sol asomó un ojo y vio que la fealdad del hombre había ido a esconderse, así que volvió a salir, el mundo se alejó de los tonos grises y recuperó el color.

¡Maldita sea!, diréis, ¿dónde están los ratones? Paciencia que ya vienen. Cuando el rey recuperó la cordura perdida por la falta de días y noches, se percató de la ausencia de su hija y sus amargas lágrimas corrieron por la torre de la ciudad. Mandó llamar a los mejores guerreros y cazarrecompensas de la provincia, más no había ninguno, puesto que ningún hombre en su sano juicio arriesgaría su belleza en pos de alocadas aventuras que involucren batallas, dragones o brujas. Como veis, éste no es un cuento tradicional plagado de abnegados príncipes que abandonan su trono por hacer el bien. Esos no han existido ni ahora, ni probablemente nunca. Los que si existían y existen son los ratones valientes.

Los cuatro ratones vivían en la base de la torre del rey y estaban molestos por el constante llorar del abatido monarca. Dado que vivían en la ciudad más hermosa, podríais pensar que eran ratones bellos con largos tirabuzones de melena rubia y ojos azules, pero si pensáis así acabáis de meter la pata, porque en ningún momento he dicho que un ratón pueda ser únicamente bello por fuera. Los cuatro ratones eran tan atractivos como cualquier otro ratón, pero en su alma radicaba una enorme hermosura, la hermosura de un corazón valiente, bondadoso y honrado. Bueno, los ratones tenían otra característica. No les gustaba mojarse y las lágrimas continuas del rey ya les causaban cierta incomodidad.

Así que los cuatro subieron escalando hasta la habitación real y allí se presentaron.

- ¿Qué os aflige mi buen señor? - preguntó el más joven y regordete, llamado Nino. El rey se giró y vio a aquellos cuatro roedores de pelaje oscuro, ojos de noche y larga cola. Los cuatro estaban de pie esperando la respuesta del interrogado monarca.

-He perdido a mi niña, y nadie puede devolvérmela- sollozó el rey.

-Vuestras lágrimas no nos dejan dormir- dijo el mayor de los ratones, fuerte y poderoso, conocido como Bron –Así que necesitamos una solución para ambos problemas. Quizá deberíais llorar en otra habitación- Cuando el ratón dijo esto, el monarca lanzó un llanto y sus lágrimas volaron por la ventana de su dormitorio real.

-Quizá podamos ayudarle, señor- dijo Pino. Calvo como uno de esos monjes que habitan torreones en altas montañas, Pino era el ratón más bondadoso de los cuatro.

-Podríamos buscar a su hija- dijo Gambi, con su sonrisa torcida y mostrando dos pequeños incisivos. Era el más pequeñito de los cuatro y a la vez el más valiente de los valientes ratones.

-Si le traemos a su pequeña, ¿dejará de llorar? - preguntó el poderoso ratoncito Bron.

El rey asintió y acercó su cara a la de los cuatro pequeños roedores –Y si lo hacéis os construiré un palacio. En el cielo, donde nadie os moleste y donde tengáis grano, queso y bebida hasta el infinito-

Nino festejó las palabras del rey, ya que el pequeño ratón era conocido no solo por su valentía, sino por su voraz apetito, y la idea de disfrutar de grano y queso le hizo mojar y remojar sus bigotes. Los cuatro partieron en búsqueda de la niña y recorrieron infinitos caminos hasta dar con la entrada de la casa de Juan Nadie.

Los cuatro ratones valientes entraron en la cueva de Juan y siguieron una tenue luz hasta la habitación donde el malvado retenía a la princesa a la cual alimentaba con raíces y semillas. La mantenía con los ojos vendados para que ella no le viera. A la vez, para que no le tocara y descubriese su horrenda piel, le ató las manos. Los cuatro ratones corrieron en dirección a Juan, pero Bron dio orden de esconderse. Él sabía que el conflicto físico significaría una derrota segura. Los cuatro esperarían a que Juan se durmiera y entonces actuarían.

Al dormirse el captor de la princesa, Nino se acercó muy despacio a la niña y le susurró al oído -Tranquila princesa, nosotros la sacaremos de aquí- La princesa no abrió la boca. Bron y Pino subieron a la espalda de la niña y royeron las ataduras que la mantenían en la silla. Mientras, Gambi examinaba el camino de vuelta de cara a salir lo más rápido posible. Tras desatar los pies de la princesa iban a quitarle la venda de sus hermosos ojos y a liberar sus manos, pero en ese momento se escuchó una voz ronca.

- ¿Quién anda ahí? - gritó Juan y sus ojos ligeramente acostumbrados a la oscuridad le informaron de inmediato acerca de los cuatro roedores que se llevaban su botín. El ladrón se sorprendió de ver a sus diminutos invasores, más un aullido de dolor sustituyó a su sorpresa cuando el pequeño Nino le dio un mordisco en su descalzo pie. Aturdido por el dolor, Juan vio como los cuatro ratones valientes emprendían la huída guiando a la hermosa princesa, la cual seguía con una tela sobre sus ojos y cuerda en torno a sus muñecas. Los cinco corrieron por el pasillo seguidos de cerca por el secuestrador. Pese al esfuerzo de los cuatro roedores, la pequeña iba chocando con raíces y piedras con las manos atadas y la venda puesta. Juan les acortaba distancias y era cuestión de tiempo que la fatalidad se cebara con los valientes héroes, puesto que no hay héroe que no se enfrente a un conflicto irresoluble al menos una vez. Por algo son héroes

A la salida de la madriguera, la niña tropezó con una piedra y cayó de bruces sobre un arbusto. Los ratones trataron de levantarla, pero no pudieron y tras ellos apareció Juan. Fue mostrarse el malvado y esconderse el Sol, asustado por la fealdad maligna de Juan. De nuevo, el mundo se volvió tenebroso y gris ante la negativa de los astros de iluminar el cielo. Juan rió mostrando sus dientes torcidos. Avanzó en dirección a la niña, más los valientes roedores se interpusieron en su camino. En ese momento a la espalda de los pequeños ratones se escuchó una voz.

- ¡Sois unos ratoncitos! - La niña había perdido la venda que cubría sus ojos y ahora veía entre la penumbra a sus rescatadores.

Nino se acercó y saludó a la princesa con un gesto de cortesía fruto de la buena educación recibida –A su servicio-

La princesa vio al minúsculo ratón y sonrió. Sonrió como solo pueden hacerlo las princesas de cuento de hadas, esas que viven en torres enjoyadas de ciudades hermosas. Y su sonrisa iluminó la tierra y, casi por ensalmo, devolvió los colores y la alegría al mundo. Bueno, no a todo el mundo. No todos fueron felices. Juan, ante el retorno de la belleza, admitió su derrota entre lágrimas y sollozó dándose media vuelta para regresar a su cueva.

- ¿A dónde vas? - preguntó la princesa.

-Alteza, aquí no hay sitio para mí, ni para los que son como yoJuan se giró y mostró sus dientes mellados, su pelo caído, su nariz torcida, su oronda tripa tras el cinturón y sus ojos envueltos en lágrimas.

- ¿Y cómo eres tú? - dijo la princesa.

-Feo- respondió él. Su voz denotaba la tristeza del que nada puede hacer porque está falto de esperanza.

Nino se acercó al que había sido su perseguidor –No me pareces tan feo- Le tocó la barriga a Juan. -Eres gordito, pero yo también soy gordito. Me gustan los dulces y dormir, y me engorda la tripa, pero no soy feo, ¿Verdad? -

-No- dijo Juan –Y es cierto que eres un ratoncito muy simpático-

Pino se acercó y Juan observó al ratón que había visto en la penumbra –Tienes poco pelo- dijo Pino –pero yo también soy calvo- y mostró su cabecita sin pelo –Durante el frío invierno, cuando mis hermanos necesitan calor, me quito pelitos de mi cabeza para hacerles más confortable y caluroso el nido, así que tengo poco pelo, pero, no soy feo, ¿Verdad?-

-No- dijo Juan –Y es cierto que eres un ratoncito muy bueno-

Gambi se acercó dando pequeños pasos –Mírame. Soy pequeñito. Mis dientes apenas sirven para roer y casi no puedo comer, pero soy valiente, luchador y hábil, y aunque estoy delgadito y mis huesos son débiles, no soy feo ¿Verdad? -

--No- dijo Juan –Y es cierto que eres un ratoncito muy valiente-

Bron dio un paso al frente y habló al hombre –Mírame, mi pelaje es perfecto, mi tamaño enorme, mi fuerza increíble, soy hermoso, pero ¿sabes que hay más bello en mí? -

-No- dijo Juan –Pues cierto es que eres muy bello-

-La mayor belleza está en que siempre tendré a mis hermanos conmigo y yo siempre estaré con ellos y todos juntos somos tan hermosos y perfectos como la más bella de las princesas-

La princesa sonrió ante el derroche de belleza y amistad y Juan lloró implorando perdón a la pequeña niña. Ella le acarició la cabeza y le besó la mejilla- Nada hace más bello a la ciudad más bella que la amistad- le dijo la niña tendiéndole la mano.

Y es cierto, niños. Nada hay más bello que sentir y dar amor, querer y sentirse amado, porque la belleza nada tiene que ver con el cristal con el que se mira, y sí con el afecto con el que se observa. Gracias a eso la princesa volvió a su hogar y el rey, fiel a su palabra, construyó un palacio para los ratones, un palacio donde nunca faltaría grano, queso y agua y donde Juan comenzó a conocer la belleza de la amistad que solo pueden darte cuatro ratones valientes.

 

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