miércoles, 15 de febrero de 2023

JUGANDO PACHANGAS CON LA REALEZA

Leo las noticias en la prensa nacional y observo una enorme falta de respeto por la monarquía en este país. Mucha comedia, mucho jijijaja y burlas de cabrones redomados que no entienden que la grandeza de la realeza no se puede medir desde un quíteme allá usted esos defectos cromosómicos. Que los reyes lo son por gracia divina y que lo que Dios ha ungido no lo criticará el hombre (o algo así proclama la Biblia). Que son, los monarcas, gente recia, distinguida, sobria y de costumbres magnas, como no puede ser de otro modo, y que merecen respeto. Ustedes, que quizá no debieran ser tratados de ustedes, no son más que plebe, limpia establos, pelamangos y destripaterrones que desearían estar donde están ellos, pero no lo están. Así que les puede la envidia, la inquina y la maldad. Es, de esta manera que, sobresaturados de odio, lanzan proclamas izquierdistas, bolivarianas, bolcheviques e incluso un poco chigreras contra aquellos que nos han de guiar. Y dado que las soflamas de rojos desnortados no tienen quién las escuche, hartos del continuo fracasar deciden pasar a la sorna, a la burla y a la chanza. Debería darles vergüenza, gente de poco honor, desarrapados y harapientos. La monarquía no se toca. Y menos a Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, señor de Tejada, cuarto en la línea sucesoria y colegón de este pachanguero de pro, ajeno a la hermosura de la monarquía, pero respetuoso, qué duda cabe, con la misma. 

Mi (buen) rollo con el Froi comienza (y acaba) en 2007. Por ponerles en contexto. Me instalo en Madrid para incorporarme a la plantilla del Hospital 12 de Octubre, uno de esos hospitales que la reina del vermú, lideresa de la capital de España, trata como a perro pulgoso en una actitud heredada de la matrona Esperanza Aguirre. Cabe recordar que la que fuera dueña de Pecas (perro no pulgoso) y, por extensión, de su community manager, fue en su momento capaz de inaugurar un ala entera de dicho hospital en la que había una (1) cama y decenas (10 o más) de teles de plasma, que es lo que sana al enfermo. Pero dejemos la política, que es para los mortales, y ascendamos en la escala social, bien arriba, partiendo desde la base. 

¿Tomidorro? Que alguien llame a la oficina del español

Pues eso, que me hallaba yo por los madriles trabajando. Como honrado y hacendoso obrero de la ciencia básica, mi vida consistía en un continuo trajín desde mi minúsculo habitáculo en Lavapiés hasta el susodicho hospital. Ir, trabajar, volver, pernoctar y vuelta a empezar. Algún kebab por el medio, que no todo ha de ser espartano en la vida, aunque dura era la rutina porque hay algunos que hemos venido a este mundo a currar y solo a eso. El Froilo no. Él tiene sus movidas y sus historias, pero trabajar poco. Por ello era complicado que nos diésemos de bruces por los terrenos del oso y el madroño. No solo por la diferencia de edad, ya que Froilán apenas llegaba a los nueve años de aquella, sino por los bien dispuestos estándares sociales que alejaban y alejan a la plebe del almirantazgo. 


Uno de estos ahora y me voy a la fosa

Pero quiera ser que hay días señalados en esta viña del señor en los que, por circunstancias azarosas, el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Son días de fiesta, que diría aquel. En mi caso un dos de mayo de 2007. Coincide la historia (mi historia) en señalar a dos borbones en tan magna fecha. Casi dos siglos antes de que un Borbón y un servidor se encontraran por las calles de Madrid, el pueblo madrileño se alzaba contra el bien recibido invasor francés mientras Fernando María Francisco de Paula Domingo Vicente Ferrer Antonio José Joaquín Pascual Diego Juan Nepomuceno Genaro Francisco Xavier Rafael Miguel Gabriel Calixto Cayetano Fausto Luis Ramón Gregorio, Lorenzo Jerónimo de Borbón VII abdicaba en Bayona.

Hay retratos que añaden varios cromosomas

Vamos al meollo, que me lío. Pues resulta que, aquel dos de mayo yo no tenía nada que hacer más que trabajar. Así que, en un día hermoso de sol solariego, me agarré el tren desde Atocha y me fui a hacer algún experimento. Vestido con mi camiseta del Sporting de hacer experimentos en días de fiesta y jalonado mi atuendo con un chándal de los buenos, me fui al curro temprano con la idea de volver a comer a casa. Acabadas mis tareas, regresaba yo altanero y divertido por la estación de Atocha cuando, oh sorpresa, oh frenesí, me encuentro que una de las tiendas de gominolas de la estación está abierta de par en par y vacía de comensales salvo por una madre y su retoño que se encuentran de compras. Mi mente bucea pensando en un festín de patatas fritas, gominolas y pipas con sal gorda, así que entro allí sin pensar, como entraba Barral al remate. A mí Sabino, que los arroyo.

El lugar del crimen

Allá me planto, y empiezo a rebuscar. Gominolas de fresa ácida, piponazo, boca bits y demás manjares pantagruélicos empiezan a caer en mi regazo. De pronto, se me acerca un chaval de sonrisa rijosa y rizos rebeldes. Me pregunta qué está más rico, si esto o aquello, y comenzamos una conversación de altísimo nivel acerca de las bondades de los fresones y las maravillas de los tronquitos. De inmediato, su madre llega a mi vera. Comprensible, puesto ninguna madre dejaría a su retoño pastar cerca de un tipo con barba de 3 días, camiseta rojiblanca y que parece babear sobre las gominolas de coca cola. Sin embargo, la mujer es amable, lo cual se agradece pues es más larga que un día sin pan y sus espaldas podrían muy bien ser utilizadas para descargar de labores a algún peón de Agromán.  La enorme señora, vestida de rojo de pies a cabeza me mira con gesto torcido, a medio camino entre la sonrisa y el pasmo. Me cuestiona los precios de los productos allí ofrecidos y me pregunta si se pueden probar antes de pagarlos. La miro un rato y buceo en mi mente para encontrar de qué me suena aquella cara. Paso entre ingentes cantidades de datos, pero solo veo tebeos, balones de fútbol y alguna cosa sin importancia. No la reconozco, así que le digo que yo no trabajo allí y que consulte con la chica de la caja. La mujer sonríe (o eso creo) y sigue a lo suyo. El muchacho continúa danzando entre dulces y golosinas, ajeno ya a mi persona. 

A ver, tampoco es que yo sea Sabonis

Capturado mi botín, me acerco a la caja y la cajera me mira con ojos nerviosos. Por un momento me sentí el Vaquilla o el Torete, alegres bandoleros. Su mirada denotaba ese estrés que sólo se siente en el filo de la navaja o en el lado equivocado del rifle. Con todo, acertó a decirme una cosa. “La que has liado”. Me mostré sorprendido ante tal interpelación. Tan ignorante como inocente, pensé que mi mayor delito pudiera ser haber mezclado chucherías de distinto precio, pero no me pareció transgresión como para merecer una mirada destinada al último de los hermanos Dalton. En aquel instante, por el rabillo del ojo, pude ver una pequeña turba a las puertas de la tienda. Un equipo de hombres trajeados y de aspecto serio y enjuto. De aquellos que parecen encontrase a un paso entre la calma chicha y la furia repentina. Sus ojos se posaban en mí. Un torrente de ojos, un maremágnum de pupilas. Eché mano a la mochila para sacar el dinero y pagar mi compra. Ese movimiento cambió el flujo del tiempo y OK Corral viajó de Tombstone al centro de la piel de toro. Sudor perlado, momentos de duda, culito prieto y sonrisa de perdedor. Saco mi cartera de cuero, con un trisquel celta, talismán sagrado y protector del que lo porta. Mi escudo del Capitán América, si así lo quieren. Pago mi ronda mientras el silencio satura el ambiente y camino en dirección al peligro. La cajera respira aliviada y los comanches abren filas en torno a mí, mirándome con un desdén que está a medio parpadeo del odio mientras Ennio Morricone afila su silbido y la tensión se palpa en el aire. Durante esos largos segundos, mi cerebro viaja en el espacio y el tiempo y las viñetas de Ibáñez que ocupan un 90% de mi disco duro dejan paso a aquella información que buscaba dos largos minutos atrás.  

Acumular guardaespaldas no siempre es sinónimo de éxito

La jodida Infanta Elena y el Froilán. La madre que me parió. Me acabo de colar en un chiringuito que habían vaciado para que el Froilete y la tolai de su mamá se comprasen unos quicos, unos panchitos y una de peta-zetas. A los seguratas que tenían que vigilar el cotarro se les puso el culo como la piel de un tambor ante semejante cagada tocha que, a buen seguro, trajo consecuencias. Piensen, por poner un ejemplo, que quedaban cuatro años para que la ETA renunciase a la lucha armada y que menos de seis meses antes habían volado media T4. De todas formas, nunca supuse un peligro para la Infanta, y menos cuando la susodicha te saca un par de cuerpos y tiene pinta de aguantarle un par de asaltos a Gina Carano. En otra dimensión, el Froilán y yo nos podíamos haber convertido en colegas de chuches, aunque creo que en ese campo me saca ventaja y que su vademécum es más completo que el mío. Aquel día, yo me fui a mi estudio de 600 euros al mes y ellos a su castillo a vivir su vida. Ahora una está divorciada, el Froilo más perdido que el cuerpo de Jimmy Hoffa y yo sigo aquí dando guerra. El tiempo dirá. La única conclusión que me queda es que no hace falta ser Jason Bourne para burlar la seguridad monárquica. Al menos en una tienda de golosinas. Y que rían ustedes cuanto quieran y hablen de endogamia, trisomías y demás maldades, pero de los que estábamos allí, hay dos que están a un susto malo de ser reyes de España, aunque dudo que ninguno de ellos tenga un doctorado. Tal vez la tendera.  

 

2 comentarios:

  1. Enorme acontecido, Adolfo. Impagables fotos y comentarios también.

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  2. Espero que este texto ayude a mis miles de seguidores a respetar al Froilo como se merece.

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