Hay días en los que me puede la molicie y la
holgazanería y no publico nada en el blog, sin más razón que ser un vago
recalcitrante que prefiere sentarse a leer comics y comer patatitas antes que estrujarse
la media neurona superviviente que reside en mi mente.
Otras veces tengo una buena razón. Y es que
éste sábado participé en la carrera de los zombis de Buffalo.
Y perdí.
Lo que quiere decir que los zombis locales se
dieron un aperitivo con mi vacío cerebro y lo disfrutaron. Yo por mi parte
también pasé un momento muy entretenido en una desapacible mañana de
septiembre. Participar en uno de estos eventos tan prototípicamente yanquis es
una obligación para aquel que desee quedarse con la cara amable de esta
sociedad.
Amaneció lluvioso y gris el cielo de Buffalo
y con mi nuevo coche partí en busca de mi compañero de supervivencia conocido
como el Griego, más que nada por ser natural del país que en su momento profesó
su amor por Zeus (Sí, Zeus. Como el padre de Apolo, el del Monte Olimpo. El de
"¡no me toques los cojones que te meto un rayo por el culo!"). Juntos nos dirigimos a la Buffalo Zombie Mud Run.
Quiero aclarar que comento todo este tipo de anécdotas personales con el simple objetivo de acercar al otro lado del océano el “American way of life” que consiste en muchas cosas positivas y
muchas otras negativas. No es oro todo lo que reluce, pero son un país capaz de
juntar a miles de personas para pasar una agradable velada cubiertos de barro
hasta los ojos y que encima paguen por ello. Eso tiene mérito.
La carrera de los zombis, propiamente dicha,
tiene varias etapas. En primer lugar te atas un cinturón que contiene 3 tiras
que son tus vidas. Yo soy más de barra de energía, pero también me vale el
método. Una vez predispuesto entras en un caserón en el que te comentan que el
mundo se ha acabado y que la horda zombi es imparable. Te advierten que Rick Grimes, Michonne y
Daryl no te van a ayudar. Estás en mitad de un bosque y toca correr. La puerta
se abre y el ser humano, como animal que es, sale en estampida. Nada más salir
te encuentras con los zombis, evidentemente lugareños ataviados para tal
menester, pero con un cuidado especial por el detalle, una interpretación
soberbia y un maquillaje digno de Greg
Nicotero. Estos primeros zombis están un poco de attrezzo y para entrar en calor.
Los esquivas, saltas una pila de heno y pasas a la siguiente fase.
Aquí ya hay que meter el culo en el barro.
Atraviesas una tubería al mejor estilo Andy Dufresne. Diez metros de barro y
porquería totalmente a oscuras. Cuando sales a la luz ya comprendes porque se
llama una “mud run”. También caes en
la cuenta que fue mala idea correr con el reloj puesto. Continúas atravesando
campos plagados de monstruosos zombis empeñados en quitarte tus preciadas
vidas. Da igual que te las pongas en la zona del paquete calzoncillar o
pegaditas a la raja del culo. Tu privacidad no existe y al zombi local le
importa un bledo agarrar chicha o limoná, él o ella van a lo que van y ya en el
primer tramo pierdo una vida.
Luego toca meterse en una casa. Tres muertos
vivientes con pinta de oficinistas esperan a la puerta. Una vez dentro, los muy
pícaros, se meten detrás. Algunos escapamos con nuestra salud intacta. Mi
compañero griego se quedó ya a toque tras perder dos vidas. Pasas por un río
asqueroso y luego atraviesas una versión apócrifa del puente sobre el río Kwai
más difícil de lo que parece a simple vista y en la que me dejo las rodillas.
Más túneles, más barro, más zombis que salen de entre los árboles. Recorremos
medio camino, dos kilómetros y medio en más de una hora.
Luego toca subir una puñetera rampa de madera
pero no hay tu tía y las botas de fútbol no ayudan. Del salto tarzanesco que
hay que dar en otra ocasión nada diré porque me dejé los piños, pero todo ello
en el mejor de los ambientes. Ni que decir tiene que la gente se ayuda, se
agrupa y se defiende en conjunto del ataque de los infectados, permitiendo una
mayor supervivencia del grupo. Tras varias pruebas llegamos a campo abierto.
Dejamos atrás los árboles y nos enfrentamos al destino. La diferencia aquí es
que los zombis de nivel 3 ya corren en todas direcciones y eso implica empezar
a mirar atrás. Mi compañero es infectado y pierde su última vida. Yo aguanto. El cansancio
ya hace mella justo antes de llegar al último kilómetro y una de las últimas
pruebas. Un tobogán que nos lleva a un lago pequeño.
No veas la velocidad que pillas |
Congelado y empapado me enfrento con mi
última vida (un tipo con bata que creo que era inmunólogo me quitó la segunda)
al reto final. Los excedentes de Resident
Evil 6. Unos tipos con bíceps como mi cabeza y ataviados con andrajos me
esperan antes de la meta. Como soy un asturiano muy listo y no me llaman “La perra del área” por nada, me pongo mi
última tira de vida en la raja del culete y paso entre la primera tanda de
muertos con una sonrisa y andar campechano. Pero uno se gira y avisa al
siguiente de como derrotarme. En perfecto español pienso “cabrón tramposo, los zombis no hablan”, pero también razono que a
lo mejor estos últimos infectados han adquirido un gusto por la carne humana al
mismo tiempo que leían a Kant y Kierkegaard y se puede razonar con
ellos. Hablo con el más alto y le pido paso pero no atiende a razones. Deben
ser más de la rama sofista que de la kantiana. Así que echo a correr con mis
piernas cortitas y mi tripita redonda, cual si Winnie “The Pooh” se hubiese pasado con las anfetas, pero no puedo
sobrevivir. Me agarran del culo sin invitarme a cenar y pierdo mi última vida.
Soy un zombi.
Pero no soy gilipollas. La última prueba es
atravesar una zona con cables que dan calambrazos. Yo ya perdí. A otro perro
con ese collar.
Para culminar los bomberos te limpian bien
por todas las esquinitas con su larga manguera (esta frase me va a reportar
muchas visitas), nos tomamos una caña y para casa.
En definitiva. Muy divertido, recomendable,
ameno, sucio y peligroso (me rompí una uña). Una buena manera de estrenar mi
nuevo Kia Forte. Claro que al día
siguiente tuve que quitarle mierda de todas partes. Volveré.
Para una foto en la que salgo y aparezco con chepa y calvo perdido |
Jaja deberías haber apretado las nalgas con fuerza en la última cuerda, aunque si después te esperaban sendos calambrazos no sé si tu destino fue lo mejor. La verdad que me gustan más estas fiestas que la tomatina o el ir detrás de un queso por un acantilado, parecen más modernas, más freaks y eso siempre tiene su aquel. Por cierto, veo que al final conseguiste tu compra automovilística; ¿Al final hubo crédito o a tocateja? Un abrazo!!
ResponderEliminar¿Qué tal Edu? Aquí este tipo de eventos parecen estar a la orden del día. Sin ir más lejos, en el mismo sitio donde corrí el otro día, hoy se celebra el "Oinktoberfest" que consiste en ponerse de cochinillo hasta las orejas. Ya, ya sé que no es lo mismo, pero se puede disfrutar de un evento lúdico y una sana parrillada ¿o no? Al final, el griego de la historia me firmó de avalista (es ciudadano americano mal que le pese) y conseguimos financiar el coche.
EliminarOtro abrazo.
Kia Forte? Promoviendo la industria surcoreana en vez de haberte comprado un buen Pontiac Fiero?
ResponderEliminarSacrilege!
Garantía completa hasta 2022, no te digo ni trigo.
EliminarComo si lo llega a fabricar el primo de Kim Jong-un un poco más arriba.
Jojo, una mezcla entre humor amarillo y la casa del terror al aire libre. Están locos, estos yankees.
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