sábado, 24 de febrero de 2024

FABADAS, EXOSOMAS Y JOE BIDEN

La democracia actual no funciona. No me entiendan mal, no deseo una vuelta al modelo favorito de la derecha española, pero está claro que tenemos un problema. Piensen, por ejemplo, que este año, los estadounidenses han de decidir quién ha de dirigir el futuro del país de entre dos señores con escasas capacidades mentales. Por un lado, un abuelo que está chocho perdido, que todavía no sabe si François Mitterrand era presidente francés o un mediocentro del Stade Reims y que parece capaz de confundir a Angela Merkel con Shawn Kemp. En el otro lado, nos encontramos al tío Donald, que lleva semanas vanagloriándose de saber distinguir una ballena de una jirafa. Pinta feo.


Yo, a la hora de acercarme a las urnas, me planteo una cuestión. ¿Sería este candidato capaz de cuidarme los gatos un fin de semana? En un mundo paralelo, Pedro Sánchez estaría encantado de cuidar de mis mascotas un fin de semana mientras yo me voy a la playa. Sonrisa de ganador, palmadita en la espalda, verbo fluido. El lunes me daría cuenta de que al final, yo me he quedado en casa con los gatos y Pedro se ha ido con todos los gastos pagados a un apartamento en Torrevieja. Al menos, los gatos están bien, ese consuelo me queda. Si por el contrario fuese a pedir el mismo favor a la lideresa del PP, la señora Ayuso aceptaría encantada. Sonrisa inquieta, ojos de muñeca, mirada en el infinito. Una hora después de llegar yo a la playa, me llamaría la policía. Al otro lado del teléfono, el alguacil de guardia me relataría los acontecimientos. “Señor mío, los gatos están por las calles de Londres, su casa en llamas y una mujer está bailando a las puertas de la misma con un bidón de gasolina y una sonrisa de oreja a oreja”. Al final de esta leyenda, las fuerzas del orden perseguirán al tipo con coleta culpable de todo y alguien sacará mucha pasta de todo esto mientras yo doy vueltas por los valles de Essex en busca de mis queridos felinos. Mi conclusión, no voten a los orates, porque entonces estamos todos locos. Al final, Milei, Trump, Ayuso, Abascal, García-Page, Ábalos, Feijóo y toda esta pléyade de inutilidades no son más que una extensión de la caída en picado de la sociedad, la cual está entrando en una espiral en la que parece que el menos indicado se encuentra siempre en el lugar más inoportuno. Pero, dejemos temas menores y hablemos de comida.

Uno de los mil hijos de Shawn Kemp se llama JAMON Kemp. Ídolo

Me gusta el canal del Comidista. Iturriaga es un tipo que resulta divertido incluso dentro de su tono monocorde habitual. Un personaje capaz de sacarse de la chistera el gag más desquiciado disfrazado de la sosería más absoluta. Me hace gracia porque soy un ser simple, pero hay cosas por las que no paso. Cuenta la leyenda que para hacer fabada sólo hace falta buen material. Buena alubia blanca, chorizo, morcilla, tocino, costilla de cerdo adobada si eres yo y lacón si te va esto mismo. Si la materia prima es buena, mal tienes que portarte para que salga mal. En el Comidista, se dispusieron a catar diferentes fabadas de lata, subproducto útil una vez traspasado el Pajares y un crimen contra la condición humana cuando habitas de Pola de Lena para arriba. Todo bien. Estas catas son interesantes y hasta sorprendentes. El problema viene, como no puede ser de otra forma, del catador. El tipo en cuestión, cocinero profesional con un par de restaurantes “asturianos” a su mando, se refiere a la alubia, haba, o faba como “fabe”, asumiendo que al ser fabes el plural, quitarle la ese del final lleva a la forma singular de la palabra. Error craso, craso error. La palabra “fabe” no existe y es una cantada aceptable si te dedicas a ser gruista en Calasparra o a patrón de cabotaje por el río Ter. Pero, alma de mi vida, un cocinero que se precie, que me venden como asturiano, que tenga un mínimo de conciencia y que se presente a una cata de fabadas, no puede decir “la fabe” veintisiete veces en un minuto y quedarse tan pichi. 

Y no puede porque, primero, demuestra una ignorancia sobre el tema que lo desacredita para cualquier resultado posterior de la cata. Segundo, porque si me vendes un cocinero de procedencia astur, dicho experto no puede salir y decir semejante cosa. Tercero y más importante. Cómo es posible que no haya nadie en toda la vida laboral de este muchacho, en todo el rodaje del vídeo o en toda la posterior evaluación de lo retratado en dicho elemento audiovisual que no pare la cinta y apunte al error evidente. Una cosa es un Juan Palomo en el que un cocinero casero residente en Torredonjimeno cocine una fabada, lo grabe en vídeo, lo suba a YouTube y no dé pie con bola, y otra es que un canal de cocina, humorístico, pero de cocina, que forma parte del periódico más leído de España, se mangue semejante delirio.

La mítica paella con chorizaco famosa en todo Londres

Sin embargo, esta falta de seriedad, conocimiento o profesionalidad es algo que extiende sus tentáculos más allá del entretenimiento más inocente. El otro día, un oncólogo prominente explicaba los avances en diferentes áreas de la oncología clínica con todo lujo de detalle acerca del rol de los exosomas, el ADN, y no sé cuántas cosas más. Todo bien, sin ningún problema. Pero amigo, el ego es ese enemigo de la lógica que nos lleva a todos camino a la perdición. A la hora de ilustrar sus aventuras y andanzas, nuestro oncólogo médico acepta hacerse una foto en un laboratorio. Allí posará mostrando sus habilidades técnicas a la hora del pipeteo de sustancias, algo que un científico como él debería hacer a mano cambiada, con los ojos vendados y un pie atado. Y es ahí donde se cae el equipo porque, al ojo de alguien que lleve dos días de prácticas dentro de un laboratorio de biología molecular, la forma en la que el buen oncólogo ha decidió sujetar el instrumento más importante dentro de un laboratorio del área biomédica es, a todas luces, incorrecta e imposible. Surge el problema y a la vez el dilema. Esta claro que el oncólogo no sabe qué demonios hace. Ahora bien, en el proceso de tomar dicha foto alguien no ha notado o no ha querido decirle que aquello era una cagada. Yo opto por el no querer como razón de peso. No es la primera vez que el médico se mete donde no debe a asumir un conocimiento que no tiene porqué tener. El problema es. Todo lo que ha dicho el susodicho durante la entrevista, ¿lo descubrió él? ¿Puedo creerme que este señor que no parece haber pisado un laboratorio en su vida pueda comprender que es una PCR o el NGS? 

Experto vs Currante (aunque tener las otras pipetas ahí tiradas hace que mi corazón llore)

Así que, dos expertos, dos cagadas. Y yo que soy muy desconfiada pienso. ¿cocinero, de qué? Y lo mismo para el oncólogo. Creo que estamos en un momento en el que mucha gente ha dado un paso adelante en la dirección incorrecta asumiendo conocimientos que no tienen sin que ningún otro ser humano les ponga cortapisas. Un entrenador que tuve hace años me comentaba “si no eres rápido, no intentes irte por velocidad. Si no sabes pasarla a diez metros, pásala a cinco”. Conoce tus límites. Es el primer paso. Decirle a un chaval de trece años que es un paquete está feo, pero la realidad es la que es. Por eso yo no juego en el Bayern de Múnich, no escribo como José María Izquierdo y no danzo como Sam Rockwell. Tampoco me presento a política como Joe Biden, que no sabe dónde está el 80 por ciento de las veces. Eso no es para mí. De fabadas y pipetear sé un rato. Eso sí.

Y aprendiendo lo necesario sobre el Sunday Roast

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