
La pérdida de un ser querido suele estar en el origen de diversas películas
de acción. John Wick perdió a su mujer y a su perrito y Mathilda a su hermano
pequeño a manos del Gary Oldman más enloquecido. Proteger a John Connor
o Holly Gennaro suele ser el centro de las acciones de Sarah Connor o John
McClane y ver a Newt a un paso de morir le dio la energía suficiente a Ellen
Ripley como para enfrentarse a una reina alien. Sin embargo, cabe la sensación
de que metidos en una ensalada de tiros, todos estos traumas quedan atrás. Pese
a sus flaquezas y a su sufrimiento, llegado el momento John McClane, León,
Sarah Connor o Ellen Ripley se convierten en el héroe definitivo para salvar el
día y con sus acciones, olvidamos su dolor y su humanidad. Se convierten, ante
nuestros ojos, en el icono del cine de acción que necesitamos.

En Jinetes de la justicia, tenemos un drama con tiros, no acción con
drama. En la superficie es una historia del Castigador, pero en el fondo
es mucho más, lo cual se agradece. Comenzamos la película en Tallin, asistiendo
a como un diácono trata de conseguir una bicicleta como regalo de Navidad para
su sobrina. Una cascada de coincidencias irá empujando las fichas de dominó,
una tras otra, hasta concluir en un accidente mortal que acaba con la vida de
la esposa de Markus, una máquina de matar interpretada por Mads Mikkelsen.
Cuando unos expertos en informática y estadística le presenten a Markus la teoría
de que su mujer ha sido víctima de un atentado es cuando empezará la
carnicería.

Sin embargo, esto no es una película de acción, ni siquiera una comedia de
acción. Es un drama donde los personajes luchan y ríen, pero sobre todas las
cosas, es una película sobre el sufrimiento y el azar. El dolor de cada uno de
los miembros de estos Jinetes de la justicia se irá haciendo patente a
cada minuto. Un dolor sufrido como niños o causado como adultos, pero acumulado
en su interior. Markus irá aprendiendo muy lentamente que el pasado no se puede
cambiar, que sufrir es parte de la vida y que los culpables de su pérdida no
tienen por qué encontrarse en el otro extremo de su pistola.

Resulta extraño asistir a una película que rueda con tan buen pulso la
acción como los momentos de comedia. Que es capaz de saltar del humor al drama
más horrible en una sola escena, especialmente en ese momento en el que el
pobre Lennart, víctima de abusos en su niñez, trata de defenderse de un Markus
preso de la ira de la única manera que conoce. Una escena que congela la
sonrisa que traíamos de hacía unos segundos.
Absolutamente demoledora en su relato de la pérdida y el odio. Un relato
que acompaña la amargura individual de tiroteos y malos de vodevil tan
necesarios como olvidables. Al final, una película de Navidad que invita a aceptarnos
como somos, encajar el sufrimiento para hacernos mejores y rodearnos de las
personas que necesitamos para ser felices. Todo eso contado a ritmo de
metralleta y sangre, lo que tiene mucho mérito. Posiblemente sea la película
que más me ha gustado en todo 2021.