Babadook es una película con monstruo,
pero no de esos que se esconden en el armario, bajo la escalera o se arrastran
desde un sótano. Babadook habla
sobre la depresión, sobre el hundimiento personal más absoluto. Sobre la
desdicha, la tristeza, la pena y la soledad. Sobre la indefensión y la lucha
constante de una mujer que ha de criar un hijo (travieso, autista,
inaguantable, pesado, cualquier adjetivo negativo es válido) en solitario tras
el drama de perder a su pareja en un accidente de tráfico acontecido el mismo
día del nacimiento del muchacho.
Amelia es una escritora que sufre un
accidente de tráfico en el que su marido fallece. Ese mismo día da a luz a su
hijo Sam. Los años pasan en compañía de una hermana distante y enterrada en un
trabajo que no le importa pero que necesita. El pequeño e inaguantable Sam
siente el miedo clásico que hemos tenido todos de niños. Ese miedo a la
oscuridad, a lo desconocido, al monstruo del armario. Para paliarlo, Amelia le
lee todas las noches un cuento, pero cada noche fracasa y sufre de los terrores
nocturnos de su hijo, el cual parece estar absorbiendo (¿qué niño no lo hace?)
toda la angustia vital materna.
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Aunque es muy fino haciendo nudos |
Así que, cada noche, Amelia se envuelve en un
insomnio pertinaz acompañada de su hijo. Metidos en la rutina, una noche Amelia
sale de ella al leerle a Sam un cuento llamado Mister Babadook. En él se narra
la sombría historia de un ser tenebroso capaz de poseer y aterrorizar al más pintado.
Sam queda traumatizado y el Babadook empieza a hacer acto de presencia en las
vidas de la familia. A partir de aquí spoilers a gogó.