DUNE (2021)

Hace muchos años, cuando yo era un preadolescente, me enganché a los tebeos de Transformers. Los vendían, así de medio tapadillo, en un quiosco ovetense de estos que aparecen como por ensalmo en la pared de un edificio. De tirada mensual y luego bimensual, esperaba las aventuras de mis androides favoritos con cierto fervor. La razón de esta pasión es ciertamente desconocida. Hasta que llegaron Andy Wildman y Simon Furman, las aventuras de los ahora famosos robots eran bastante simplonas. En ocasiones demasiado. Trazos mal acabados, colores mezclados… una chapuza. A las historietas mentadas acompañaba como complemento para rellenar páginas, una historieta de Rom de Galador, con Bill Mantlo y Sal Buscema a los mandos. Los creadores del mejor Hulk se sacaban de la chistera las aventuras de un caballero del espacio que perseguía fantasmas por la tierra. La duda era, ¿cómo ha acabado un tebeo de innegable calidad como complemento de una historieta cutre? La razón es que Rom era un tebeo muy bueno, de mucho nivel artístico, pero aburría a las piedras. Y lo mismo me pasa con Dune.

Está claro que Denis Villeneuve es uno de los mejores directores de cine del momento. Prisioneros o Sicario, así lo atestiguan. Lo que ha hecho con Dune, desde el punto de vista visual, técnico y estético es una obra maestra. Mi problema, y no quiero extenderlo a nadie más porque quizá soy el único que piensa esto, es que Villeneuve ha pintado el cuadro perfecto. Los trazos son magníficos, la iluminación excelente y el sombreado exquisito. Pero ha pintado una mesa de madera, que por muy excelsa que sea, no deja de ser una mesa. Perfecta, pero que no aguanta la mirada por más de cinco segundos sin que te preguntes, ¿para qué coño habrá pintado esto?

Cada minuto que me paso viendo la película, tengo la sensación de estar ante uno de esos momentos tan Christopher Nolan en los que el creador quiere inventar algo tan profundo y denso que el espacio ofrecido para parir su obra se queda pequeño, así que, para que no nos perdamos, nos tiene que ir guiando de la manita a través de la historia que nos quiere contar. Ese es uno de los problemas. El otro es que Dune es la adaptación de una novela bastante densa en la que se mezclan múltiples conceptos, muchos de los cuales difíciles de transferir a la pantalla sin que chirríen. En escenas de espectacular belleza observamos luchas a espada, malos malísimos, traiciones, ataques aéreos, gusanos inmensos y mil cosas más que, en otras circunstancias, me habrían hecho pegarme a la pantalla por horas. En este caso, le he fallado al cine. Tras varias intentonas no pude superar media película y me rendí a la evidencia de que Dune no está hecho para mí. 

Espectacular

Al final me quedé con la historia de un muchacho cuyo abuelo era torero, la madre meiga, viaja acompañado de gaiteros y llega un sitio a recoger estupefacientes galácticos. Por un rato me entretuve pensando en que la familia de los Atreides debe tener origen en Muxía y que han dejado el noble arte de recoger percebe por el narcotráfico a gran escala. De mi escapada mental no me salvó ni el enorme elenco de actores ni la magistral música.

Al final, va a ser verdad lo del gallego en la Luna

Así que lo siento. No estoy hecho para las luchas de poder entre familias galácticas. Es cosa mía. Los conflictos de poder en Aquilonia con bárbaros Cimmerios me pueden llegar a interesar. Gente a caballo, espadas, sangre y algún brujo. Cosas simples, como yo. Dune me queda grande. O quizá sea que no me gusta ver películas sin alma.

Hombre, esto es canela pura, y con unos gaiteros ni te cuento