Los coleccionistas nos
consideramos gente testaruda e incansable. Cuando algo se nos mete entre ceja y
ceja, nada nos puede detener a la hora de adquirirlo. Es como una fijación, un
trastorno ansioso y compulsivo que hace que dicho objeto ocupe tus horas de
sueño y vigilia. El problema es que los coleccionistas de mi generación nunca nos
habíamos enfrentado a una pandemia global. Alguna mala resaca, alguna diarrea
ocasional o, a veces, ambas juntas como castigo divino. Pero nada como esto.