Hace muchos años, cuando yo era un preadolescente, me enganché a los tebeos
de Transformers. Los vendían, así de medio tapadillo, en un quiosco
ovetense de estos que aparecen como por ensalmo en la pared de un edificio. De
tirada mensual y luego bimensual, esperaba las aventuras de mis androides
favoritos con cierto fervor. La razón de esta pasión es ciertamente
desconocida. Hasta que llegaron Andy Wildman y Simon Furman, las
aventuras de los ahora famosos robots eran bastante simplonas. En ocasiones
demasiado. Trazos mal acabados, colores mezclados… una chapuza. A las
historietas mentadas acompañaba como complemento para rellenar páginas, una
historieta de Rom de Galador, con Bill Mantlo y Sal Buscema
a los mandos. Los creadores del mejor Hulk se sacaban de la chistera las
aventuras de un caballero del espacio que perseguía fantasmas por la tierra. La
duda era, ¿cómo ha acabado un tebeo de innegable calidad como complemento de
una historieta cutre? La razón es que Rom era un tebeo muy bueno, de
mucho nivel artístico, pero aburría a las piedras. Y lo mismo me pasa con Dune.