¿Es Moon un peliculón o solo un
entretenimiento “gafapastil”?
Puede
que un poco de ambas. Se trata de una película de bajo presupuesto, rodada con
lo que Spielberg gasta en café y,
quizá por eso, destaca el talento para manejar ese dinero. Ahí, el director Duncan Jones, hijo de David Jones (más conocido como David Bowie), nos enseña que tal vez el
talento se herede y aunque a años luz de su padre, está claro que Duncan tiene algo.
La
película nos narra la vida de Sam Bell (spoilers a tope a partir de aquí),
interpretado por ese genio que es Sam
Rockwell. Rockwell es un sinónimo
de calidad para cualquier película y sabes que todo lo va a hacer bien. Lo
mismo pienso de Mark Strong, William Fitchner o Lena Headey. A lo que iba. Sam Bell trabaja recogiendo combustible
en la cara oculta de la luna. Tiene contrato por tres años, una barbaridad para
los tiempos que corren, y está a un paso de volver a casa. Semanas antes de su
regreso comienza a sentirse mal y tiene un accidente en mitad de la luna. Sam
se despierta sano y salvo en su base, acompañado por GERTY, el robot encargado
del mantenimiento. Tras despertarse, Sam vuelve al lugar del accidente para
encontrase a sí mismo en el vehículo siniestrado.
A
partir de ahí el misterio de la trama desaparece. La empresa malvada que hace
millones vendiendo una novedosa forma de energía utiliza para lucrarse clones
que mueren cada tres años desconocedores de su condición de copia y no de ser
humano. Ahí es donde acaba la ciencia ficción y empieza el drama.
Los dos
clones, el Sam nuevo y la accidentada versión tres años mayor se enfrentan a su falso
pasado y a su incierto futuro. Pelean, discuten y afrontan la realidad de
maneras opuestas aun sabiendo que están genéticamente condenados a entenderse. Moon es una historia de lucha personal,
de autodescubrimiento, de valorar lo que tenemos, lo que nos jugamos y lo que
perdemos. No puedo evitar las lágrimas cuando el Sam moribundo (presa de la
degeneración y el envejecimiento prematuro que en su momento afectó al clon más
famoso, la oveja Dolly), ya consciente de su condición de clon habla con su
hija, que no es su hija y por su mente pasa que, pese a su naturaleza de clon
solo quiere volver a casa, con su familia, con su hija, con aquello que quiere
pero que no ha tenido ni tendrá nunca.
Y el
viejo Sam muere. Antes pacta con el joven Sam que uno de los dos ha de volver a
casa pero no podrá ser él. Se sacrifica consciente que no tiene nada que perder
por cuanto nunca ha tenido nada. Una historia triste acompañada por una música
excelente y por el personaje más humano. El robot GERTY. Cubierto de café y
mierda y solo capaz de expresarse por mediación de emoticonos, GERTY es amable
y atenta, cariñosa y cuidadosa y su esfuerzo permite a los dos Sam salvar la
situación. Un simple rostro amarillo en una pantalla transmite más emoción que
muchos actores y sus acciones, en el polo opuesto de las máquinas malvadas que
pululan por la ciencia ficción, te hacen sentir cariño por un simple trozo de
metal y cables.
No apta
para cualquier paladar. Sin acción, sin exteriores, sin unos efectos especiales
increíbles (salvo los momentos en los que los dos Sam interaccionan y parece
que realmente están juntos). Un drama espacial. Un entretenimiento que quizá
los enamorados de Aki Kaurismaki, Atom Egoyan o Krzysztof Kieślowski valoren por su sello de película barata,
metafísica y transcendental, mientras que los fans de las películas
adrenalínicas se duermen por las esquinas.